A principios de junio de 2009 -refiere el periodista de La Piedad, Michoacán, Jesús Lemus, en su libro Los Malditos-, Rafael Caro Quintero regresó del juzgado a su celda en Puente Grande caminando despacio, como siempre, con la cabeza y la mirada hacia abajo, pensativo; más absorto que de costumbre. Envuelto en un silencio que nadie se atrevió a penetrar.
Algunas horas después, sus compañeros en el penal federal sabrían lo que le ocurría: “Que tras 24 años de litigio había recibido por fin la sentencia de su proceso. Él nunca habló de lo que le leyeron en el tribunal, pero la versión entre los presos pronto se expandió por los oficiales que atestiguaron la lectura del veredicto: a Caro Quintero le había dado 40 años de prisión”.
Para ese entonces (2009), el fundador del cártel de Guadalajara llevaba 24 años en prisión. Le quedarían aún 16 por pagar, pero “se le notaba tranquilo, callado -como siempre-, haciendo sus actividades normales y recibiendo el apoyo solidario de todos los presos de aquel módulo que se fueron presentando de dos en dos y poco a poco en la “oficina (una banca frente a la cancha de volibol) para solidarizarse”.
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EL PAGO DE LA DEUDA EXTERNA.- -Oiga, Don Rafa, ¿es cierto que usted ofreció una vez pagar la deuda externa de México?-, le preguntó en una ocasión el periodista Jesús Lemus a Rafael Caro Quintero, con quien compartió celda en el penal de Puente Grande.
El líder del cártel de Guadalajara soltó “una risita” y respondió:
-No, yo nunca dije que pagaría la deuda externa, eso es fama que me hicieron.
-En todo el país se dice-, insistió Lemus -que usted le ofreció a un presidente de la República saldar la deuda si lo dejaban trabajar sin molestarlo.
-No, esos son inventos de la gente-, continuó sin desvanecer aquella sonrisa que se dibujaba en sus labios -eso salió de una plática que sostuve, ya estando detenido, con un agente del ministerio público, que me preguntaba por mis propiedades y yo por salir del paso le dije que tenía hasta para pagar la deuda externa.
-¿Usted nunca habló con el presidente de la República?
-No, todo eso es mentira, son puros cuentos de la gente que le gusta inventar cosas; y más cuando uno está aquí, que no puede desmentir a nadie.
Ésa -narraría Lemus en su libro Los Malditos-, fue la única ocasión que escuchó a Caro Quintero tocar algún punto relacionado con los días en que fue detenido y con los hechos que posteriormente envolvieron su leyenda.
Como tampoco, en ningún otro momento de su convivencia, le escucharía abordar “(ni) siquiera por encima” algún tema relacionado con su proceso.
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SU SALIDA DE PUENTE GRANDE.- A principios de 2010, Caro Quintero enfermó y tuvo que solicitar una intervención quirúrgica dentro del mismo penal, cuenta Lemus, y fue ingresado al hospital del mismo complejo penitenciario: “Esa noche hubo una oración colectiva por su bienestar”.
El de Badiraguato, Sinaloa, regresó a su celda 15 días después “caminando dolorosamente”. Pocos días más tarde, Caro Quintero “logró el beneficio de ser trasladado del penal de máxima seguridad de Puente Grande a un centro de mediana seguridad, en el mismo estado de Jalisco. Por eso una noche, después del pase de lista, llegaron dos oficiales por él hasta la celda 150 del pasillo 2B del módulo uno.
“-¡Rafael Caro!-, le gritaron -arregle sus cosas inmediatamente.
“Se escucho el salto que pegó desde su cama-, cuenta Lemus -y en menos de 10 minutos el célebre personaje de la historia criminal de nuestro país ya estaba parado frente a su estancia, en posición de revisión, con su colchón y dos bultos amarrados en dos sábanas que contenían las escasas pertenencias con las que vivió en esa prisión.
“De esta manera inició su marcha. Toda la población pudo presenciar esa noche el paso de la historia. Todos miraron a aquella leyenda caminar lento -casi encorvado por la carga tan pesada de los años en prisión-, pausado, silencioso…”, remata el periodista.
Pocos imaginarían entonces -quizás ni el propio Caro Quintero-, que ese sería el preámbulo de su libertad. Al menos, por un rato.
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