De pronto, el presidente Enrique Peña Nieto invoca el espíritu de don Lázaro Cárdenas en el debate nacional por la reforma energética; la que presentó el 12 de agosto de 2013. Algo así como un conjuro divino al Hombre de Jiquilpan y aquella historia.
Y retoma la reforma al artículo 27 constitucional del gobierno de don Lázaro Cárdenas del Río del 30 de diciembre de 1939, y publicada el 9 de noviembre de 1940, casi un año después: no se habla del texto expropiatorio, sí del de la reforma.
Y sí, dice ahí lo que dicen el Presidente y el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, respecto a que “corresponde a la Nación el dominio directo de toda mezcla natural de carburos de hidrógeno que se encuentra en su yacimiento, cualquiera que sea su estado físico (…) y todo lo que acompañen o se deriven de él” (Art. 2).
Y sí, “se podrán celebrar contratos con los particulares, a fin de que éstos lleven a cabo, por cuenta del gobierno federal, los trabajos de exploración y explotación, ya sea mediante compensaciones en efectivo o equivalentes a un porcentaje de los productos que obtengan” (Art. 7). Y sí, debe establecerse una duración máxima de los contratos (8.I), y que los contratistas recuperen las inversiones que efectúen y obtengan una utilidad razonable (8.III).
Y dejó muy claro que: “Los contratos de que hablan los artículos anteriores, sólo podrán celebrarse con nacionales o con sociedades constituidas íntegramente por mexicanos. No podrán concertarse en ningún caso con sociedades anónimas que emitan acciones al portador” (Art. 9).
¿Por qué el gobierno de Cárdenas hizo esta reforma dos años después de la expropiación petrolera? ¿Cuáles fueron las razones? Muchas, ninguna del agrado de don Lázaro:
En primer lugar tenía encima la presión del presidente de EU, Franklin Delano Roosevelt, que aunque estaba en guerra, también tuvo tiempo de apretar las tuercas al gobierno mexicano.
El representante de EU para las negociaciones con México, Donald Richberg, se negó al avalúo de las empresas para darles el valor exacto y reclamaba contratos para las empresas estadunidenses expropiadas de 50 años de duración y nunca trabajar con el gobierno mexicano. Amenazas de represalias si no se aceptaban sus exigencias. Cárdenas lo mandó a volar.
Hubo salida masiva de capitales estadunidenses que, enojados, mal averiguaron a México y prácticamente paró la inversión extranjera. Hubo cierre de fronteras en EU para mexicanos. Y a los que estaban allá se les repatrió en masa.
De pronto, la agricultura mexicana entró en severa crisis. No había abastecimiento para el campo. Se dejó de producir para exportación y apenas había para consumo nacional. La industria prácticamente estaba paralizada. Gran Bretaña aprovechó el viaje y exigió un sobrepago a lo acordado, por “daños en propiedades británicas” y “la devolución del petróleo a sus auténticos dueños”.
Las recaudaciones de Hacienda estaban en límite bajo porque cayeron las exportaciones de petróleo y minerales. El peso se había devaluado y pasó de 3.60 a seis pesos por dólar.
Había hambre en el país y eso era lo que más le pegaba al hombre del Plan Sexenal. Los comerciantes aumentaron los precios de productos de consumo a límites inalcanzable… y Cárdenas tenía enfrente ya la sucesión presidencial. Todo junto en un jarrito.
Así fue. Esas fueron algunas de las razones por las que reformó el famosísimo e invocado artículo 27 constitucional. No había de dos sopas, aun en contra de la voluntad de don Lázaro. Su prioridad era México. Ni más, ni menos.
Y, bueno, ya que se está en recuperación de la república cardenista, sería bueno que también se retomaran de él su ideal de apoyo firme al campesino y al campo; la defensa obrera con sueldos justos y justicia laboral; sindicalismo de obreros para ellos; indigenismo respetable; educación para todos y para empujar a los niños y a los jóvenes a la industria y a la agricultura, a la ciencia y a la creación; clero manos afuera, industria creciente y mucho más que habría que recordar, también, del cardenismo. O como él decía en esto de la política social: O todos parejos, o todos chipotudos.
