Anteriormente, los anuncios de televisión representaban el monopolio de las entelequias. Sueños al alcance de todos a cambio de cómodas mensualidades, e inclusive, semanalidades. Si bien es cierto que la publicidad nunca tuvo aspiraciones de convertirse en una más de las bellas artes, sí representa al arte bello de la simulación. Baudrillard, de vivir, escribiría un tratado filosófico sobre las escenas de JLo en lo que simula ser la segunda parte de la película The Bling Ring (Ladrones de la fama). Hoy, gracias a Klout (escala de medición comúnmente aceptada entre tuiteros, o si se prefiere, una lista de éxito tipo Forbes), podemos simular que influimos en las star-transpop (estrellas de la transmodernidad); Fulano de Tal: 95; Britney Spears: 94; Mengano Saldívar: 93; Lady Gaga: 96; Nelly Furtado 90; Juan Pueblo: 88.
La vida se ha convertido en un parque temático global desde que Emma Watson simuló interpretar a los fans de Emma Watson versión Paris Hilton (no buscar la redundancia, por favor). Hace algunas semanas en este espacio escribí algo no parecido a una reseña sobre la película The Bling Ring en la que Sofia Coppola, directora, hizo realidad lo que parecía ficción en las páginas de Vanity Fair: un grupo de jóvenes ingresan a las residencias de los famosos del espectáculo de baja calidad, pero de espectaculares resultados en el mundo del mainstream, para mostrar expresiones de satisfacción incontrolada y perenne: ¡Oh my God! ¡Calcetines de Paris Hilton!; ¡Oh my God! ¡Bolsas de la sensacional Fulanita de Tal!; ¡Oh my God! ¡Relojes de Perengana Feliz!; y un largo y excitante etcétera.
Ahora, nos enteramos que John M. Dubis saltó a la fama del espectacular mundo de la simulación en el momento en el que ingresó a la casa de JLo, antes conocida como Jennifer López (con acento latino de negocio), para mencionar el Oh my God tradicional: ¡Zapatos de JLo! ¡Vestidos de JLo! ¡Alberca de JLo!
Los primeros días de agosto, Dubis se enteró que el departamento de JLo, ubicado en Hamptons, en Long Island, NY, estaría disponible para él solito. Llegó a la casa en coche, lo estacionó sin mayor problema junto a la casa, sacó una pequeña maleta, e ingresó. Era el invitado estelar de JLo. Sacó de su maleta un traje de baño y a nadar.
La esperanza de cualquier simulador es ser devorado por el efecto mimético. De tanto dormir en el sofá de JLo, Dubis esperó que un buen día, al llegar JLo a casa, lo saludara de manera excitante: “¡Oh my God! ¡John M. Dubis! ¡Por fin te veo! Ahora no saldrás nunca. No podrás despegarte de mí. Viajarás conmigo a Mónaco; me acompañarás al teatro; tú recibirás mis Globos de Oro cuando yo no pueda asistir; desayunarás conmigo; cantarás la canción que me haga la más famosa de las cantantes del siglo XXI. Irás al súper conmigo para comprar nuestro cereal favorito. Compartiremos regadera. Cantarás bajo el agua mientras intente despertarme. Cenaremos juntos y juntos seremos entrevistados por Vanity Fair”.
De los artesanos griegos que viajaban a la filosofía a través de las palabras, hemos pasado a la era industrial de las cifras. Los números dicen más que las palabras. Algo peor, las cifras emocionan más que las palabras, o si se prefiere, los controles semiótico e hipnótico son más eficaces si se ejercen a través de cifras que con palabras. De ahí la importancia de tener un buen ranking en twitter: Fulano de Tal: 95; Britney Spears: 94; Mengano Saldívar: 93; Lady Gaga: 96; Nelly Furtado 90; Juan Pueblo: 88. Así, un buen día diremos que somos los personajes más famosos del ciberespacio, es decir, del tiempo real. Al llegar a casa, me encontraré con Emma Watson, quien me dirá: ¡Oh my God! ¡El autor de Global... i…qué!