En 1993, el rector de la Universidad Nacional de Colombia debía pronunciar el discurso frente a un auditorio colmado de estudiantes que protestaban, una vez más, contra alguna política de las autoridades de la universidad. El discurso silencioso del rector fue un mensaje poderoso: se giró, bajó los pantalones y calzones, mostró su trasero y se vistió nuevamente. No hubo más palabras, posteriormente vino su renuncia.
La honestidad de Antanas Mockus le valió popularidad y a partir de una candidatura ciudadana se convirtió en alcalde. Desde allí se dedicó, antes que a cortar el listón de obras mal terminadas, a hacer pedagogía ciudadana. Mockus sostiene que cuando la ley, la moral y la cultura no van en la misma dirección, la sociedad no puede avanzar. Tengo el comportamiento correcto porque la ley me lo exige (o me premia), por vergüenza (o reconocimiento) y por hábito (culpa o satisfacción), las tres juntas.
En México estacionarse en lugares reservados para personas con discapacidad no genera una multa; quien lo hace se cree más vivo que los demás y no tenemos una reacción automática en la que todos reprobemos a esa persona, que además nos respondería “hay demasiados lugares para inválidos” (sic). Es decir, no hay sanción legal, moral ni cultural.
Las últimas dos semanas han sido pavorosas para Bogotá y muy difíciles para la Ciudad de México casi por las mismas causas. Allá, manifestaciones campesinas fueron infiltradas hasta colapsar la ciudad y dejar daños brutales; acá, manifestaciones de “maestros” que más que luchar por algo posible, luchan por vengarse de una sociedad que exige la evaluación de su desempeño.
Voy a Bogotá con cierta regularidad. Estuve allí la semana previa a las manifestaciones que derivaron en el bloqueo de todas las entradas a la ciudad y daños a la infraestructura. El deterioro es evidente: la gente corre entre los vehículos para entrar gratis a las estaciones del sistema de transporte por la puerta de abordaje. El desorden que precedió a la demostración pública del trasero de Mockus viene de vuelta.
La Ciudad de México, a diferencia del resto de las ciudades grandes del país, ha venido mejorando su seguridad. En medio de la violencia nacional, la gente vuelve a mirar al Distrito Federal como una ciudad que ofrece todo. Algo pasó en la última década que mejoró la convivencia ciudadana y elevó la seguridad y la confianza y hemos caminado hacia mayor respeto a la autoridad.
Así como en Bogotá el deterioro actual se encuentra con las manifestaciones violentas, lo avanzado en la Ciudad de México también empieza a mostrar ciertos riesgos con la parálisis lograda por los manifestantes del magisterio. Entre que los daños materiales no se castigan, los anarquistas se infiltran, los legisladores se fugan al Centro Banamex para el periodo extraordinario, los abusos de la policía en el espacio público restringiendo el paso de las personas cerca de las sedes de los poderes, deberíamos darnos cuenta de que nuestros riesgos son altos.
A la par de estos bloqueos surgen noticias preocupantes: está elevándose la cifra de secuestros en el DF y la autoridad recomienda justo lo que no debe recomendar “no salgan caminando”. Siempre hemos creído que la inseguridad se resuelve con policías y blindaje, pero no, se resuelve con la sociedad: ley, moral y cultura.
El informe presidencial anual y la toma de posesión sexenal deberían tener cierta regularidad republicana: siempre en el mismo lugar y con las mismas formas, incluyente pero respetuoso, sin insultos ni pleitesías. Si este año no hubiera habido protestas, según la tradición política nacional habríamos tenido acarreados y mantas con la frase Gracias, Señor Presidente. Siendo francos, prefiero protestas que elogios gratuitos.
¿Qué tiene que ocurrir en nuestro sistema legal, moral y cultural para alcanzar estas rutinas republicanas y en general para que nuestro modelo de convivencia sea más respetuoso y no esté basado en chantajes o venganzas sociales? En concreto no lo sé, pero pasa por alinear estos tres elementos: ley, moral y cultura.
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