Un ecosistema innovador será el invernadero donde florezca la productividad. Ese es el título de un documento desarrollado por Jorge Vega Iracelay, Presidente del Task Force de Innovación de la American Chamber of Commerce México, una cámara que através de éste y otros comités como el de propiedad Intelectual, se ha mostrada muy activa en promover una cultura de innovación.

Se trata de un texto muy interesante en el que se plantea la necesidad de democratizar la productividad a través de políticas públicas que favorezcan la disponibilidad de recursos para la innovación.

 

La innovación es una cualidad del ser humano. Es la idea llevada al pragmatísimo para evolucionar el entorno. Es un músculo al cual debemos ejercitar y alimentar adecuadamente.

 

Una economía innovadora, reflexiona Vega Iracelay, genera productos y servicios que tienen un alto valor agregado, lo cual permite que se ofrezcan empleos de más calidad, con salarios superiores, pero también significa que se demandan más habilidades técnicas, y capacidades para innovar en un ecosistema que así lo favorezca.

 

Esto, continúa, amerita políticas públicas que aseguren, entre otras cosas, la disponibilidad de recursos para la innovación, la articulación y consolidación de una triple hélice, así como la existencia de un sistema de incentivos adecuados, creando un ecosistema favorable donde el círculo virtuoso de la innovación no se detenga y pueda derramar sus beneficios sobre todos, aún en los que menos tienen.

 

Para acometer tales fines es imprescindible fomentar el espíritu innovador, que no es otro que el de emprender. Liberar la capacidad creadora y esa chispa divina de la ‘idea’ que llevamos todos. Para ello hay que ser curiosos, valientes, perseverantes, inmunes al fracaso, y contar con ese invernadero donde todas las condiciones de temperatura y ambiente se den de manera eficaz y eficiente, dice el documento.

 

Y continúa: La innovación no surge de forma aislada u espontánea, sino que es una actividad que se realiza en redes que aglutinan a empresas privadas, centros de investigación de la academia y otros, así como a entidades gubernamentales. Según la Encuesta Nacional de Vinculación a Empresas, publicada por la SEP en el 2010, sólo un 25% de las empresas mexicanas que intentó realizar actividades de investigación y desarrollo, lo hizo en vinculación con alguna institución de educación superior.

 

También es esencial instrumentar un sistema de incentivos que propicien un ecosistema favorable para la innovación. Por ejemplo, tener un sistema robusto de protección a la propiedad intelectual es fundamental para que las personas innovadoras puedan beneficiarse de sus creaciones.

 

La falta de incentivos se ve reflejada en la baja capacidad de registrar localmente patentes, pues mientras México produce 0.7 patentes, por parte de locales, por cada 10 mil habitantes.

 

Brasil produce el doble, India el triple, Rusia 20 veces más y China 40 veces más. Estos datos crean una alarma de desprotección de la innovación local y una barrera para que ese conocimiento desprotegido genere más innovación y contribuya a cimentar una economía del conocimiento sólida en México.

 

La innovación es una de las recetas para atender los problemas sociales más graves que enfrenta nuestro país. La estrategia de democratizar la productividad tendrá que sustentarse en una agenda agresiva de políticas públicas para consolidar una economía y una sociedad innovadora.

 

En su texto, Vega Iracelay destaca que hay indicios por parte del Gobierno de México que revelan que estamos en la ruta correcta. Es cuestión entonces, de despejar algunas nubes que tapan el sol de un México más productivo, más innovador y más incluyente.

 

Trabajemos desde nuestra trinchera imaginando, junto con Jorge Vega Iracelay, ese invernadero donde las ideas y la productividad mexicanas florezcan, maduren y salgan al mercado global poniendo muy en alto el ingenio, perdón la innovación, de la mente de obra del país.