En sociedades sobreinfoxicadas, los incentivos por la transparencia en tiempo real irrumpen y minan la calidad de la información ofertada/consumida: “dame información sin importar su veracidad”, sería la expresión más cercana de una especie de parásito que se aloja en el interior del cuerpo sociológico. De la fe mostrada ante la pantalla de la televisión, la sociedad infoxicada y enredada presenta rasgos de fanatismo ante la información que observa a través de su teléfono o tableta. “Me lo dijo mi hacker preferido”.

 

Al parecer, la industrialización de la noticia para ser vendida en los sectores del espectáculo sufre una mutación por el tiempo real: ¡es la narrativa, periodista!

 

La densa Nube de Wikileaks hizo volar en pedazos a los anquilosados códigos deontológicos de los medios. Y eran anquilosados porque no esperaban que el mundo tangible mutara a un círculo habitado por nodos de información líquida e inmediata. La sociedad, en colaboración con los prestigiosos periódicos del mundo, confundió datos por información. Un dato carece de contexto; la información, frente al prisma de la escuela de periodismo anglosajón, es vinculante a qué, cómo, cuándo y por qué.

 

Las percepciones en tiempo real pasan a formar parte de la realidad, cuando no siempre lo son. Extraña transfiguración a favor de la ingeniería mediática. Observamos que el clima de confianza política que cubre al planeta siempre es traducido por encuestólogos a través de cifras negativas. La sospecha se ha convertido en doctrina global. Se confía más en los hackers, tuiteros y facebookeros, que en los políticos. Una de las primeras “pruebas” (el entrecomillado deberá de ser permanente de aquí a la eternidad) que vinculan al régimen sirio con la matanza de niños durante la semana pasada apareció en la revista alemana Focus, y horas después, fue retomada por Foreign Policy. La tesis central de lo publicado es que inteligencia de información del Mossad detectó llamadas telefónicas del régimen de Bachar al-Asad cuyo contenido daba a entender, de manera explícita, que el ataque en contra de los niños se realizó con detonantes químicos. Las metapalabras colaboran en la construcción de la asimilación del mensaje. En este caso, introducir el nombre de la policía secreta israelí, Mosad, otorga un componente de contexto creíble a los datos. En sentido contrario, surgen datos de hackers que bien podrían ser información tuiteada por el imaginario oclocrático. Me refiero a lo publicado en el portal pastebin.com; “Yo también me asusté”, dice un presunto militar estadunidense de apellido MacDonald a su esposa Jennifer después de que ella le transmite con tono de admiración el impacto después de haber visto una fotografía en la que aparecen los niños sin vida enfilados; “pero los niños no resultaron heridos, fue hecho por cámaras”, responde el general a su esposa con el ánimo de tranquilizarla.

 

El grado de objetividad más cercano a la realidad corre a cargo de instituciones de gobernanza como el Consejo de Seguridad de la ONU. Los exámenes aplicados por los inspectores representan el monopolio de la confianza en tiempos como los que vivimos. Todo lo que ocurra fuera del Consejo se vincula a la fabricación de percepciones en tiempo real. Lo que también es cierto es que la gestión de la gobernanza es formulada por cinco países cuyos acuerdos unánimes, sobre situaciones vinculantes a cada uno de ellos, tienen poca probabilidad de prosperar.

 

Para desideologizar las agendas de los cinco grandes, y sobre todo, para desindustrializar a las percepciones, lo óptimo será analizar los números duros de refugiados y muertos sobre el terreno. Dos millones de refugiados sirios (a Turquía, Líbano, Irak, Jordania y Egipto) y 100 mil muertos demuestran el grado de inestabilidad que sufre Siria.

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