Son muchas. Tan visibles e invisibles como los demás integrantes del Comité Clandestino Revolucionario Indígena (CCRI), la Comandancia General del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Tienen el nivel de “Comandantas”: Esther, Fidelia, Ramona (q.e.p.d.), Susana, Yolanda. Son la representación de las mujeres de la revolución zapatista.
Han sido ícono del EZLN. Vestidas con su ropa tradicional, sus huipiles, su enaguas, sus blusas bordadas; de lana porque entre la niebla hace frío, y obviamente sus pasamontañas, elemento igualador e identificador. El que las señala como revolucionarias y rebeldes.
Las mujeres han estado involucradas en la lucha zapatista desde sus inicios, hace casi 20 años. Fue una mujer, la Comandanta Ramona –fallecida en 2006- quien rompió en 1996 el cerco militar para salir de Chiapas y transmitir el mensaje revolucionario al país, al mundo. Fue ella, quién años antes, en 1994 le robó cámara a Manuel Camacho Solís, durante los llamados Diálogos de Catedral en San Cristóbal de las Casas, al desplegar la bandera que habían tomando días antes del Palacio Municipal de San Cristóbal.
Su lucha ha sido doble, triple. No sólo luchan por el reconocimiento a los derechos indígenas y suscriben y defienden las demandas zapatistas suscritas en los acuerdos de San Andrés. También se han convertido en las abanderadas oficiales de la reivindicación de los derechos sociales: educación, salud, trabajo. Y al hacer esto, a la par que los hombres de sus comunidades y como integrantes del EZLN han llevado de forma implícita y explícita una lucha aún mayor: la de combatir la discriminación y la desigualdad entre hombres y mujeres que impera en sus propias comunidades indígenas. Contra el machismo, la violencia, la invisibilidad.
En este aspecto las mujeres zapatistas tienen mucho en común con las migrantes islámicas feministas. En ambos casos la confrontación no sólo es frente al Estado y sus instituciones, también es un enfrentamiento cotidiano por el reconocimiento y la dignidad entre pares en contextos de triple discriminación: por ser pobres, por pertenecer a un cierto grupo étnico y por ser mujeres. Por eso, vale por tres, hacer una revolución adentro de otra revolución no es tarea fácil.
Fueron la Comandanta Ramona y la Mayor Ana María quienes sentaron las bases, creando la “Ley Revolucionaria de las Mujeres”, manifiesto donde se consagra la igualdad de las mujeres en la lucha revolucionaria, libertad sobre su propio cuerpo y participación política. De ahí, esta Ley Revolucionaria ha sido replicada por quienes les siguieron; las Comandantas han hablado ante el Congreso de la Unión, ante la comunidad internacional, en mítines repletos. Son cabeza de sus comunidades. Materializan la revolución en la cotidianeidad.
De hecho hoy que el movimiento zapatista se ha desvanecido del ojo público y se ha concentrado en la administración de sus comunidades, son las Comandantas, la Comandanta Miriam, la Comandanta Susana, la Comandanta Hortensia y la Comandanta Yolanda quienes han mantenido la atención en su lucha revolucionaria a través de la reactivación del Congreso Nacional Indígena y la Cátedra Caminante “Tata Juan Chávez”.
El pasado agosto, el EZLN estrenó un nuevo proyecto, donde el sello de las revolucionarias zapatistas es innegable: la Escuelita Zapatista. Proyecto educativo que refleja la cosmovisión y reivindica la filosofía de vida de estas comunidades. Clases, talleres, tienda cooperativa, medicina tradicional y cocina se han fusionado para replantearse un nuevo modelo educativo alejado de sindicatos, coordinadoras y leyes en materia de educación. La máxima para ellas sigue presente todos los días “otro mundo es posible”.