Era el Mundial de Italia 1990; después de caer frente al cuadro germano en semifinales, el inglés Gary Linker definió al futbol como un deporte inventado por los ingleses en el que participan once contra once y siempre ganan los alemanes.

 

Pensamiento ingenioso, metáfora de vida. Fukuyama definió a la cultura alemana como la experta en especialización. Uno de los ejemplos emblemáticos es el correspondiente al de la figura del aprendiz. No hay país en el mundo, como Alemania, en el que un vendedor de una tienda departamental reciba una hípercapacitación por más de un año. Quien vende joyas se convierte en un experto en el tema; quien vende helados, se convierte en experto en mezclas, olores y sabores. Angela Merkel arrasó en las elecciones del domingo gracias a una estrategia económica consistente, lo que se traduce popularmente como confianza; su visión estratégica se puede descifrar a través de “No a la generación de deuda”. Quien no conoce de economía está condenado a padecerla. Los sabemos muy bien. En el camino, Merkel pudo haber reculado en el tema de las plantas de energía nuclear por el caso de Fukushima (lo cual le llevó a tener un enorme respaldo popular) pero no así en el tema económico; pudo distanciarse de temas geoestratégicos como Libia y Siria (lo cual resulta consistente con la visión estratégica de Alemania después de la Segunda Guerra), pero sobre la generación del proceso inflacionario a través de deuda, siempre ha actuado de manera consistente.

 

La enorme ventaja de Merkel es su enorme capacidad por despolitizar su imagen gracias a su perfil científico. Por la vida pasa por ser una persona corriente y sin la menor ínfula de poder. “Convierte el poder en un asunto poco espectacular y esto gusta a muchos alemanes” (declara el comentarista Heriberte Prantl a La Vanguardia de Barcelona). Clienta frecuente de supermercados de la estación Friedrichstrasse, dobla su popularidad positiva a la de sus vecinos europeos: 74% de los alemanes la aprueban respecto a 37% de los británicos sobre David Cameron, 33% de los franceses sobre François Hollande, 27% de españoles a Mariano Rajoy y 25% de los italianos sobre Enrico Letta.

 

La química-política post Tercera Vía, ha jugado a favor de Angela Merkel, ya que en el terreno ideológico se ha reducido la brecha entre los socialdemócratas y demócratas cristianos. Su antecesor Schröder, paradójicamente, cargó con los costos que toda reforma económica conlleva: le pavimentó a Merkel el terreno sinuoso. Algo similar ocurrió en el terreno económico, el ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble, ha concatenado su visión de la troika con la de Merkel.

 

Una de las críticas que han apuntado hacia la figura de Merkel durante los últimos años es su insistencia por concentrar su atención en la competitividad a costa de los principios democráticos. La caída del primer ministro griego, Yorgos Papandréu, a manos de los mercados financieros fue súbita, después de haber declarado que el salvamento de la troika lo sometería a consulta democrática. La productividad económica no asimiló su intención.

 

El éxito de Angela Merkel es que logró posicionar un discurso con doble lectura en dos arenas distintas; localmente prometió alemanizar a Europa y en Europa prometió europeizar a Alemania. Nada fácil bajo las estructuras institucionales de la Unión Europea, como lo son la Comisión Europea y el Banco Central Europeo, y por otro lado, el Bundestag.

 

El algoritmo óptimo lo tiene Merkel en sus manos. El AfD antieuropeo que azuzó a las masas no logrará entrar al Parlamento por no rebasar el suelo de 5%; en cambio, el SPD llegó al 30% y revaloraría una negociación de cogobierno.

 

Desde 2006, Italia ha sido gobernada por cuatro mandatarios en cinco periodos (Berlusconi en dos ocasiones, Prodi, Monti y Letta); Francia, tres (Chirac, Sarkozy y Hollande); Reino Unido, tres (Blair, Brown y Cameron); y España, dos (Zapatero y Rajoy). Alemania, sólo Merkel. Así es la química-política, o si se prefiere, cuando Merkel salta a la cancha electoral siempre gana.

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