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El pasado lunes disfruté de un maravilloso e íntimo concierto de Peter Hook y compañía en el Lunario del Auditorio Nacional. Me atrevería a decir que la mayoría de los que asistimos, somos o fuimos fans de su música ochentera.

 

Todo comenzó cuando salí nerviosa de mi casa, sentía que ya iba tarde. En el camino le hablé a Jaime, el amigo que me acompañaría, él seguía en su casa, así que decidimos irnos juntos para no llevar dos coches.

 

Pasé por él, y mientras se desesperaba por encontrar un encendedor para fumarse un cigarro, yo sólo me ponía aún más tensa porque lo único que deseaba era que no nos tocara tráfico en el camino, no quería llegar tarde al concierto.

 

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Por fin llegamos y la única opción de estacionamiento en el Lunario es el vallet parking, así que nos formamos. Después de esperar como 10 minutos, que para mí fueron como 100, por fin bajé del coche. Me temblaban las piernas, entré al lugar corriendo buscando a Jaime, quien se había adelantado. Pensaba que por la hora quizá ya habrían empezado a tocar, pero las luces aún estaban prendidas y todos los que ya habían llegado tomaban una cerveza o platicaban entre ellos. Noté una vibra en el ambiente difícil de describir, como si ya supieran que la noche sería inolvidable. Empecé a sentir un hueco en el estómago, había visto a Peter Hook poniendo discos hace algunos años en el Pasagüero, lo recuerdo como uno de los mejores días de mi vida.

 

Me compré una cuba y me paré sola, hasta adelante. Esperé sólo cinco minutos para que salieran los integrantes de Slaves of Venus, otro proyecto de Hook, que hacen covers de Joy Division. La adrenalina recorrió mi cuerpo.

 

Ahí estaba el señor que tanto quería ver: pelo blanco, los lados de la cabeza rapados y una playera negra con la frase “One life, no regrets” en letras blancas. Se me hizo un nudo en la garganta, sentí que esas letras me decían algo, y estoy segura que igual que a mí, a la mayoría de los que estábamos reunidos ahí ansiosos de escuchar los primeros acordes de la noche también.

 

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Luces azules y rojas nos alumbraban a todos, haciéndonos parte de un solo equipo. Tocaron varias canciones de Joy Division, algunas que sólo fans de verdad conocíamos. El público coreaba las canciones, movían la cabeza, sonreían, se volteaban a ver entre sí; novios, amigos, desconocidos, todos bailábamos sin parar. Un concierto tan íntimo, que parecía que todos los que estábamos ahí, incluidos los músicos, nos conociéramos hace años.

 

Después de quitarse la playera, Hook salió a su camerino durante 15 minutos, que nos dieron poco tiempo de asimilar lo que estábamos viviendo. Regresaron para deleitarnos con música de New Order, tocaron canciones de los discos Power, Corruption & Lies y Movement.

 

Se escuchaban gritos de fans empedernidos pidiendo que tocaran “Crystal”, “Transmition” o algunos de los más famosos hits. Una ola de satisfacción cubría el Lunario del Auditorio Nacional, haciendo que personas de todas las edades bailaran y disfrutaran de la música.

 

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Fue un concierto de guitarras eléctricas, con recuerdos ochenteros, música electrónica con sabor a “24 hour party people”, recuerdos del punk, amor, odio, unión y una sensación de poder estar un poco en el pasado; de estar en el eco de una de las bandas más importantes en la historia de la música y poder vivirlo.

 

Tres horas de talento y emociones fuertes culminaron con los éxitos “Blue Monday” y “Love will tear us apart”. El voltear y ver que todos gritaban y brincaban igual que yo es algo que sólo los magos de verdad pueden lograr, los magos como usted, señor Peter Hook.