Zamora, en Michoacán, no sólo es tierra de Frascuelo y de María: el lugar sin límites en donde la religiosidad católica hacen vida; o, incluso, origen y destino de personajes innombrables de nuestro pasado reciente. También es el asiento de conocimiento, de vitalidad, de ires y venires en trabajo y solaz, de cultura a flor de piel, y de fresas, frambuesas y papa, que son cultivos vitales para la economía de la región.

 

Por estos días, Zamora tiene problemas. Algunos que tienen que ver con la violencia insospechada en gran parte de la entidad y que repercute en cada rincón de un estado antes pacífico y lleno de luz. Ya no.

 

Otros problemas tienen que ver con los asuntos que les son propios en su historia productiva: A tierras de vocación agrícola ya les cambiaron esa disposición.

 

Y se les pretende como zonas urbanas, de cemento y tabique, de casas que son residencias y enclave de contraste social, porque lo que habrá de construirse ahí, se dice, son residencias de alta estima entre la opulencia y nada para la clase media y de trabajo cada vez más hacia la decadencia económica. Sobre todo porque existe por aquí o por allá una gran cantidad de casas habitación-residencias que aún están pendientes de venta y que, por lo mismo, no hacen necesaria la construcción de este tipo de viviendas en tierras agrícolas zamoranas.

 

Son mil 700 hectáreas (de 22 mil que son) y cuyo valor de producción es de siete millones de dólares anuales en productos como fresa y frambuesa, y trabajo para muchos en una zona en donde se depende de la siembra, el cuidado, la cosecha y empaque de estos frutos que no sólo se quedan en México, sino que viajan al extranjero y generan recursos para la vida de muchos ahí.

 

Según los integrantes del grupo Defensa de Zamora Agrícola: DEFENZA, todo comenzó desde el gobierno del anterior presidente municipal, Alfonso Martínez Vázquez (PAN, 2008-2012), quien -dicen- autorizó modificar el Plan de Desarrollo Urbano para mil 700 hectáreas de siembra, y cambió el procedimiento de uso de ese suelo, lo que beneficiaría a empresas desarrolladoras, fraccionadores e inversionistas en bienes raíces: carrera hacia la especulación inmobiliaria.

 

¿Qué ocurre cuando se pagó a pequeños propietarios 500 mil pesos por hectárea de terrenos acuíferos y habrán de urbanizarse y generar ingresos, tan sólo por el terreno utilizado, en tres millones de pesos por hectárea, por lo menos?

 

¿Qué ocurre en esos terrenos que son productivos a largo plazo y que, tan sólo por hectárea, da 300 jornales de trabajo, que significan casa, comida, sustento, escuela, salud y solaz de miles? ¿Quién o quiénes se benefician con este perjuicio social?

 

La exigencia de vivienda es cierta ahí. Pero un tipo de vivienda que dé hogar a trabajadores agrícolas de bajos recursos y en zonas que no afecten su espacio de trabajo porque, de hecho, ya se ha impactado a más de 50 mil personas con ello, y ya se sabe: no trabajo-no vivienda, son germen de inconformidad social expresada de formas diversas y, a veces, peligrosas para todos.

 

Y si esto es una tragedia para los trabajadores del campo, también lo será para la mayoría de los habitantes del valle de Zamora, pues mientras crecerán estos conjuntos habitacionales de alto rango; también se prevé que habrá contaminación del agua en los afluentes que son para riego y, lo peor, la siembra de fresa no es propicia para habitación humana debido a la presencia cercana de los plaguicidas que se utilizan para fumigar, aunque los productores dicen que éstos pierden su efecto contaminante en tan sólo dos días y que están hechos de canela, ajo, tabaco, cal, mostaza, pimienta, vainilla, chile…

 

Pues ya: que la situación es delicada y se le ha planteado a la presidenta municipal, Rosa Hilda Abascal (PAN), sin solución; también conoce el problema el gobernador interino, Jesús Reyna García, quien está aterido por el paquete de problemas que tiene encima, aunque para los problemas que requieren solución, y pueden tenerla pronto, hace la vista gorda: lo que significa o incapacidad o ingobernabilidad.

 

La tragedia para muchos trabajadores es la de siempre; pero puede dejar de serlo si hay voluntad y capacidad de gobierno para solucionar, para escuchar voces diversas y generar esa productividad y esa competitividad exaltadas por el presidente Peña Nieto y para que las utilidades que se generen sean repartidas de forma justa y permanente entre todos ahí.

 

¿Quién tiene la solución, señora Abascal? ¿Quién la tiene, señor gobernador interino, Jesús Reyna? Trabajo falta en México y lo que menos conviene ahora en Michoacán es generar focos de incertidumbre o enojo social.