Yaneth nota con desagrado cómo poco a poco se deteriora el estilo arquitectónico del fraccionamiento donde tiene su casa, ante las ampliaciones y cambios que muchos vecinos hacen a sus viviendas. Todo ello le resta valor a su propiedad: una casa de dos recámaras que adquirió en 240,000 pesos y que no descarta vender en el futuro.

 

Cuando compró su casa, hace ocho años, sus planes eran otros: dejar de pagar renta y tener una casa que pudiera ampliar cuando se casara y tuviera hijos; y, desde luego, aprovechar el crédito del Infonavit al que tenía derecho. Finalmente compró y hoy paga una deuda que cubrirá en siete años. Aunque la casa está en Héroes de Tecámac, en el Estado de México, a dos horas y media de su trabajo en la Ciudad de México, fue lo más cercano que encontró a “buen precio”.

 

Como Yaneth, en la última década, millones de mexicanos pudieron comprarse una casa. Después del año 2000, gracias a un programa activado por el gobierno federal, se triplicaron los créditos para llegar a un promedio de 437,000 casas vendidas al año (la cima fue 2008, con 650,000 viviendas).

 

El problema, es que esos megadesarrollos se convirtieron en ciudades dormitorio, es decir, la lejanía que separa a sus habitantes de sus lugares de trabajo, implicó que los dejaran para regresar a pagar una renta en zonas cercanas. Es lo que ahora presume el gobierno federal que será el eje rector de su política de vivienda: sepultar a las ciudades dormitorio.

 

¿De qué se trata la estrategia? ¿Hacia dónde van los planes? Y, ¿cuáles serán las desarrolladoras ganadoras? El texto completo en nuestra edición de octubre.