En la política, dicen los políticos, no hay coincidencias. O dicho de otra forma, la irrupción en los medios internacionales del ex presidente Felipe Calderón y de su primer director del CISEN, Guillermo Valdés, para remachar que el narcotráfico penetró las instituciones y sus cuerpos de seguridad, fueron de la mano de las imputaciones de la senadora Luisa María Calderón –hermana del ex mandatario- contra empresarios vinculados a los gobiernos de Lázaro Cárdenas Batel y Leonel Godoy, que eran miembros de Los Caballeros Templarios. Por un lado, sirvió como recordatorio disfrazado de que el narcotráfico, por cuya lucha tanto se criticó a la anterior administración, sigue creciendo. Y por el otro, es parte integral de la obsesión de Calderón muchos meses antes de concluir su Presidencia, de contar su verdad de lo que fue la guerra contra el la delincuencia organizada.

 

Es la búsqueda de una narrativa por parte de los vencedores, establecida esta categoría a partir de la definición de los términos de la victoria que planteó el ex Presidente: eliminar a 37 jefes de cárteles. Su gobierno alcanzó un 70% del objetivo, que no incluía pacificar el país ni fortalecer las instituciones, o erradicar la corrupción. Como definió Valdés en una reciente entrevista con la agencia de noticias AP, los centros de fusión que se crearon en colaboración con el gobierno de Estados Unidos, estaban enfocados a la identificación y localización de esos objetivos de alto impacto. La estrategia conjunta con Washington descrita sin regateo por Valdés -que significó una clara pérdida de soberanía-, era esa: ir únicamente por los cabecillas. Las entrevistas concedidas en los últimos días son un eslabón de una estrategia propagandística pensada por Calderón, que tiene una asidera estratégica y presupuestalmente controversial, en otro lado: la Universidad de Stanford.

 

Al terminar el sexenio, el secretario de Gobernación calderonista, Alejandro Poiré, llegó a esa universidad del norte de California como investigador visitante en el Hoover Institution, un influyente think tank conservador. Era casi natural, pues durante su paso efímero como director del CISEN –remplazó a Valdés en 2011 y se fue para sustituir a José Francisco Blake en la Secretaría de Gobernación cuando falleció en un accidente aéreo meses después-, utilizó recursos públicos para pagar una encuesta con alrededor de 17 mil personas sobre el tema de seguridad, cuyo proyecto e inspiración salió de Stanford, a donde llegaron esas bases de datos para que el ex funcionario elaborara un libro sobre lo que pasó, cómo pasó y porqué pasó, durante el sexenio de Calderón.

 

La narrativa de la guerra contra el narcotráfico está en proceso, aunque ya se vislumbran sus ajustes a la realidad. Valdés, quien escribió un libro sobre la historia del narcotráfico en México cuando tras dejar el CISEN se fue un año sabático a España –pagado por Calderón-, afirma que la violencia “explotó” en México hasta 2008, por la caída del consumo de cocaína en Estados Unidos. Si bien el dato es correcto, la causa no es cierta. La violencia estalló tras la detención de Alfredo Beltrán Leyva, “El Mochomo”, en enero de ese año, que su hermano Arturo siempre pensó que había sido una traición de sus socios Joaquín “El Chapo” Guzmán, e Ismael “El Mayo” Zambada.

 

Alfredo era el responsable de la vigilancia de las familias de todos los jefes del narcotráfico de lo que se conocía como La Federación, un paraguas de cárteles que se habían unido para enfrentar al Cártel de El Golfo y Los Zetas. Arturo, que murió en un enfrentamiento con la Marina en diciembre de 2009, reaccionó con violencia tras la captura de su hermano, rescató las direcciones de las familias de los capos, y desató la guerra contra ellos en marzo de 2008, con una serie de matanzas en Sinaloa. Desde diciembre de 2007, una semana antes del arresto, empero, había tenido un acercamiento entre él y el jefe de Los Zetas, Heriberto Lazcano, en Cuernavaca, para pactar una alianza.

 

Los asesinatos masivos en ese estado dieron inicio a las hostilidades, pero la estabilidad interna de los cárteles, estaba fracturada para entonces. No había sido a causa de la caída en los precios de la cocaína como afirma Valdés, sino por una estrategia altamente exitosa en la eliminación de los capos de la droga, pero terriblemente fallida al ignorar las consecuencias del cambio de paradigmas que llevó a cabo Calderón, y que hoy buscan ocultar a través de esta narrativa construida en libros, discursos, entrevistas y redes sociales.