Por como perfilan las cosas públicas ante la salud de Andrés Manuel López Obrador, la izquierda social y su expresión política, Morena, se encuentran en serios problemas. Si la recuperación del ex candidato presidencial procede de manera satisfactoria y tiene una evolución normal, pasará el fin de semana en el hospital, y tras ser dado de alta, tardará de dos a tres semanas antes de reiniciar su actividad cotidiana. Según los especialistas, esto significa que estará fuera de circulación en diciembre en el mejor de los casos, por lo que para las próximas dos semanas que pueden definir la Presidencia de Enrique Peña Nieto y el futuro de la nación, equivale a perder por default.
En términos políticos, la ausencia de López Obrador en las calles y en los medios como interlocutor, los deja en la orfandad. Sin él, la fuerza de la izquierda de las calles, la de la beligerancia, la que es capaz de obtener resultados, frenar iniciativas o modificar políticas públicas a través del discurso persuasivo, sofista pero contundente, tramposo a veces pero eficaz de su jefe supremo, está severamente reducida. Pero no están solos. La salud de López Obrador tiene un impacto general y nacional en la estabilidad que rebasa por mucho el segmento de sus seguidores.
Muchos son los que pierden con este súbito padecimiento del corazón que llevó a López Obrador al reposo total en vísperas de que iniciara la discusión del dictamen sobre la reforma energética. Además de Morena, la CNTE, disminuida en los últimos meses por el agotamiento social por su protesta en la Ciudad de México y el sur del país contra la reforma educativa, que fue respaldada días antes por López Obrador. Un abanico de organizaciones sociales, sindicales y agrícolas, que respiraban fuerza en su estela, quedó sin su protección política, como la Unión Popular Revolucionaria Emiliano Zapata, paraguas de organizaciones en el oriente de la Ciudad de México, que ha sido uno de sus semilleros de votos y soldados de calle, y el Sindicato Mexicano de Electricistas.
Morena les sigue sirviendo de paraguas, pero sin la conducción de su jefe moral y político será como una orquesta sin director. Martí Batres, el presidente de Morena, operador político probado, no tiene ni el liderazgo ni el peso moral del tabasqueño, ganado por décadas de consistencia y congruencia. El diputado del Movimiento Ciudadano, Ricardo Monreal, que fue su coordinador de campaña presidencial, que tiene oficio y astucia, tampoco tiene el liderazgo. El hijo de López Obrador, Andrés Manuel Jr., que trató de llenar ese liderazgo, podrá ejercerlo por la marca del apellido, pero será un momento efímero pues carisma y liderazgo no se heredan.
Si la izquierda social se queda sin líder, lo mismo sucede con todos los grupos antisistémicos que representaba López Obrador que ante su papel incuestionado como la voz más crítica y respetada del régimen, se subordinaban. Este espectro de oposición al régimen está sin el eje que conciliaba grupos heterogéneos, unidos por él en torno a un plan de acción política sin violencia. Hay quien piensa que López Obrador juega al límite y en ocasiones, con un discurso pacifista mientras deja que el papel de violentos lo juegan otros. Pero ha dado pruebas de que aun cuando rompió con las instituciones hace algunos años, no dejó de ser un ejercicio retórico que nunca concretó en la práctica.
En este sentido, López Obrador es funcional al sistema que tanto critica, porque como actor social es un hombre confiable que genera la certidumbre a sus adversarios de que, bajo ninguna circunstancia, su lucha buscará una vía que no sea la política. Entre más fuerte grite y más tensión genere al sistema, las molestias y enojos que desata entre sus adversarios y enemigos ideológicos, son incalculablemente inferiores a los beneficios que, al canalizar a través de él la ira de los más radicales, cuya beligerancia no mide las consecuencias de enfrentar a un Estado que nunca permitiría ser rehén de su violencia, reduce las posibilidades del desbordamiento.
Los grupos antisistémicos que él controla, están hoy sueltos. Algunos, como Morena y el PT, caminarán por los conductos institucionales para hacer frente a la reforma energética y a cualquier política del gobierno federal o de la propia izquierda reformista, representada por la cúpula del PRD. Pero hay otras organizaciones sociales, algunas vinculadas a grupos armados, que no tienen en este momento quien los pueda contener o encauzar. En días de polarización social y política, su ausencia genera un problema de inestabilidad. Los odios que despierta López Obrador siempre ocultan ese papel estratégico que juega en los equilibrios, desde hace mucho tiempo frágiles, entre los que se balancea el país.
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