De los eventos globales se desprenden componentes de espectacular globalidad. Por ejemplo, el martes pasado, durante el funeral organizado por el gobierno sudafricano a Nelson Mandela, los contadores de cuentos mediáticos escribieron el guión de genial impostura. Sabedores de que los storytelling aseguran la atención social, dedujeron que la esposa del presidente Obama se encontraba molesta a partir de un coqueteo excesivo de su marido a la primera ministra de Dinamarca, Helle Thorning-Schmidt. Quizá, no se percataron que la señora Michelle pudo estar aburrida, somnolienta o con dolor de estómago, a fin de cuentas, ¡es un ser humano! (genial descubrimiento). Del guión publicitado por el morbo a través de las redes sociales, se desprendió la siguiente conclusión: el presidente no tuvo el tacto de Clinton con su affaire Lewinsky. Al menos, en el despacho Oval no había cámaras ni mucho menos esa sala tenía una atmósfera parecida a la del estadio de los Acereros de Pittsburgh. Las justificaciones comenzaron a fluir como secretos de confesionario. “Pobrecito, tuvo un año difícil con lo de Snowden y el Obamacare”. Los suspicaces lectores del divertido e ingenioso Tom Wolfe editorializaron las fotografías como: “montaron un trío, entre Cameron, Thorning-Schmidt y Obama”. Todo es posible en el mundo de la semiótica morbosa.
El mundo es un enorme escenario; el teatro del absurdo.
El falso traductor que se encontraba a las espaldas del presidente Obama engañó a todos menos a los sordos que desde el inicio del evento supieron que a quien veían no era un traductor sino a un actor. El actor salió en la foto global. En ocasiones creemos que lo que nos dicen es la verdad absoluta. Los ojos son los primeros convencidos de lo que ven. Y lo que ven no siempre es la realidad.
Por ejemplo, ya debemos de convencernos de que las expectativas son la aspirina del presente; convicción de que sí se puede porque el futuro no es presente. El Alka-Seltzer del ánimo, o si se prefiere, la entelequia del honor, obliga al ejército mediático a encumbrar al Piojo Herrera como la figura del 2013, y claro, pronosticar que México ganará a Camerún, Brasil empatará a los verdes en el último segundo del último minuto, y que México impartirá cátedra a la tribu de Luka Modric. Que cada uno de nosotros tome su botiquín del optimismo y festeje las golizas desde ya.
Los filósofos de la estupidez nos recuerdan que hay que pasar capítulo; que la historia es historia (suspiros profundos por tal reflexión). Ya lo dijo Parménides, lo que es es, y lo que no es no lo es. ¿Para qué pensar en el pasado si dejó de existir? Olvidar el manoseo grotesco que le dio la FMF a Vucetich; disipar el mal humor de José Manuel de la Torre a pesar de currículum con su paso por Chivas y Toluca; mutar a uno de los sistemas de mayor incompetencia (como se cansó de decir Fernando Marcos) en el mundo, como el del futbol mexicano, en uno de los más emocionantes, porque como dicen los filósofos de la estupidez, “la emoción de la Liguilla no existe en ningún otro campeonato”. En efecto, ni la Premier, ni la Champions generan atmósferas de flojera y sueño como la que gestiona la FMF. Se nos olvida que la palabra competencia es un símbolo meta geológico; en el Mundial de futbol poco sirve recordar la cartografía. En voz de Parménides, pudo decir que en un campo de 11 en contra de 11 no juegan las banderas.
En la era de la imagen y de la desconfianza política, creemos que todo lo que se publica en las redes sociales es auténticamente real. En efecto, de las fotografías que capturan al trío político junto a Michelle Obama se puede escribir la mejor novela del siglo. No se requiere jurar ante la Constitución si todo el mundo vio la “obscena” escena del cuerno en tiempo real. Tampoco es necesario recordar el fracaso de los verdes en el torneo eliminatorio de la Concacaf. Lo que vimos en las canchas de futbol es mentira por decreto y lo que observamos en el estadio de futbol sudafricano, el trío orgiástico, fue realidad por silogismo morboso.
En culturas etnocéntricas como la mexicana, el hecho de que una mujer coloque su mano en la mejilla del otro (como lo hizo Helle Thorning-Schmidt a David Cameron) es un masaje sexual.
Bienvenidos a la era de la narrativa enredada