Foto: Cuartoscuro
Les dicen “Las Patronas” por su origen y su carácter fuerte, y acaban de ser premiadas por algo que llevan haciendo casi dos décadas, lanzar esperanza a las vías del tren en forma de bolsas de comida y botellas de agua que para miles de migrantes suponen la diferencia entre la vida y la muerte.
Adrenalina pura es lo primero que sienten cuando llega el tren y tienen que estirar sus brazos con rapidez para lanzar el mayor número de bolsas posible; después, satisfacción.
“Mucha satisfacción, porque cuando uno ayuda a una persona y ve que esa persona se queda contenta y feliz, para mí es algo hermoso y siento que he cumplido la misión de ese día“, dijo a Norma Romero, una de las fundadoras de “Las Patronas”.
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Son un grupo de 15 mujeres, y ahora también dos hombres, que viven en la comunidad de La Patrona, en el municipio de Amatlán de los Reyes (Veracruz, sureste de México), parte de la ruta que muchos migrantes centroamericanos toman en dirección al norte.
El presidente Enrique Peña Nieto, les entregó este jueves el Premio Nacional de Derechos Humanos 2013 por su labor altruista, algo que para Norma no significa sino un mayor compromiso con los migrantes.
También repercusión, para llevar “a todas y cada una de las personas que vivimos en México” el mensaje de que “estos migrantes sufren y que no solamente se trata de juzgar y discriminar, sino de más bien de hacerlos hermanos en el camino”.
“No fue obra mía, Dios me iluminó y me encaminó”
Todo comenzó hace 18 años, cuando una mujer golpeó la puerta de su casa, arrodillada, pidiendo ayuda.
“Abrí la puerta y vi que esta mujer se arrodilla y me suplica que le ayude. Esta persona era un signo que yo estaba esperando para saber dónde podía ayudar. Yo sé que esto no fue obra mía, sino de Dios, que me iluminó y me encaminó“, dijo en una conversación telefónica.
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Fue la experiencia más fuerte de su vida, lo que la cambió, esa señal que a veces “necesitan” las personas para “saber para qué estamos aquí”.
La señora era una inmigrante que se había bajado del tren con su marido. La habían intentado violar y él, por defenderla, resultó herido por arma blanca.
“Yo decía que ir a misa y participar en el coro era servirle a Dios y no es así, porque hoy en día este trabajo en el cual me ha puesto él es muy fuerte, tiene que ver con mucha gente, con el dolor de la gente”, afirmó.
A Norma se le unieron pronto otras mujeres, su madre, sus hermanas y otras vecinas de este municipio por el que pasa “La Bestia”, un tren de mercancías que los migrantes utilizan para cruzar México y llegar a Estados Unidos en busca de una nueva vida.
Afortunados, sólo algunos
Por el camino se enfrentan a peligros como la extorsión de la delincuencia organizada, las inclemencias del tiempo (viajan a la intemperie) o los riesgos del propio tren, del que pueden caerse y sufrir amputaciones o morir.
Y solo en algunas ocasiones tienen la suerte de encontrarse con personas como “Las Patronas”, que los ayudan en el camino.
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Llegaron a ser 25, pero algunas por miedo dejaron de ayudar. Hoy son 17 personas, aunque también hay numerosas organizaciones civiles que las ayudan proporcionándoles los ingredientes para preparar la comida.
Su rutina comienza cocinando primero y empaquetando después la comida y la bebida: “una bolsa bien atada con cinco panes y diez tortillas, frijoles, arroz y verdura. Y para el agua, amarramos dos botellas con un lazo para que cuando pasen las agarren“.
El tren no para, va en movimiento. Las mujeres se acercan lo más que pueden y estiran sus brazos para que los migrantes agarren las bolsas.
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“Se ha hecho conciencia con los maquinistas, se les da una comida para que se conciencien y nos ha funcionado, le bajan mucho la velocidad”, declaró.
Dan entre 100 y 150 comidas al día, y también ofrecen asistencia en la casa en la que cocinan a algunos de los migrantes que llegan más cansados y paran para recuperar fuerzas.
Es aquí cuando se produce el mayor acercamiento con los viajeros. “Es importante saber qué les ha pasado en su camino, cómo han sido tratados. A veces da coraje cuando escuchas tantas cosas negativas, es una tristeza”, señaló.
Cuando Norma recibió el premio en la residencia oficial de Los Pinos pronunció un duro discurso sobre el México actual, “fracturado” por la violencia, en el que cada vez los migrantes atraviesan más peligros porque ya se han convertido en una mercancía más.
También habló de no criminalizar a gente que “no sale de sus países por gusto”, sino por necesidad.
Cuenta que a Peña Nieto le pidió menos palabras y más acciones, “que se pongan a trabajar todos los que tengan que ver con el tema migrante porque realmente es una tristeza que México esté considerado como un lugar en el que lastiman mucho al centroamericano”.
En opinión de Norma, a quien la vida le ha hecho ser toda una conocedora del problema migratorio, lo principal es atajar el problema en la raíz, ver que estas personas que se van de México o de Centroamérica dejan sus tierras porque allí no hay trabajo.
“Es una tarea importante saber que, si no queremos que la gente emigre, hay que buscar una manera para darles trabajo y así la gente no tiene por qué salir de sus lugares de origen”, afirmó.
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Aunque muchos quedan en el camino, otros llegan al otro lado y desde allí se acuerdan de “Las Patronas”, las llaman o les envían cartas y son estas las que, según Norma, les dan la mayor fuerza para seguir ayudando.