Lo que sucedió en los últimos días con la izquierda es inverosímil. Su estrategia para frenar la reforma energética, con los muros que se iban a levantar en el Senado y la Cámara de Diputados con la presión de las multitudes en las calles, colapsó ante una serie de actos fallidos que produjeron, paradójicamente, la sospecha de que se vendió. La especulación sobre actos ilegítimos de sus liderazgos se asienta en subjetividades como la desaparición total de Andrés Manuel López Obrador de la escena pública, que desmovilizó a la izquierda social en contra de la reforma, y los telegramas abiertos del presidente del PRD, Jesús Zambrano, sobre las tácticas a utilizar para frenarla, que lograron inversamente que se aprobaran en forma expedita los cambios constitucionales más profundos desde el Tratado de Libre Comercio hace un cuarto de siglo.

 

La idea de que la izquierda -la reformista y la beligerante- caminó por un sendero oculto está anidada profundamente en el pensamiento de un sector de la élite del poder. “Es absolutamente falso”, atajó uno de los principales operadores del PRI en la negociación y aprobación de la reforma energética. “Lo único cierto es la incapacidad de la izquierda para argumentar. No razonaron, defendieron causas”. De cualquier forma, le salió barata al presidente Enrique Peña Nieto, en términos sociales. La semana que los más altos funcionarios de seguridad en los gobiernos federal y de la Ciudad de México anticipaban de gran turbulencia, fue anticlimática.

 

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