Sería ocioso preguntar a Gustavo Matosas sobre su animal favorito: ¿León?, él parece preferir lo definan como La Bestia. Una bestia indomable, así es como dirige, como su equipo se desempeña, como él se siente y siente a sus jugadores, una bestia en el arco que ataja todo, una bestia como Rafael Márquez en la central que ha ganado todo, una bestia en el banquillo que ha dejado al León, hecho una locura… una bestia.

 

El técnico campeón ya fue bañado, se ha cansado de saltar; luce bolsas debajo de los ojos, la frente le brilla más amplia que nunca y las canas en barba y parietales le han crecido en dos años, como si las alegrías le contaran nuevas edades, “este equipo no sabe perder”, dice con esa voz de susurro que le dejó tanto grito durante el festejo de su equipo en un Azteca que fue de palo.

 

“De palo porque se los dije a mis jugadores. Ya lo había dicho el gran número cinco de la selección de Uruguay, Obdulio Varela, en aquel Maracanazo en 1950. Se los dijo a sus compañeros uruguayos para que no sintieran presión de los miles de brasileños que apoyarían al local, los de la tribuna son de palo”. Una anécdota que Matosas ha tomado como estandarte del previo perfecto con el que motivó a sus Panzas Verdes para salir a triturar Águilas.

 

El partido ante América ha finalizado. Sus jugadores lo palmean, le alaban. Mauro Bocelli lo califica como el “único que podía haber dirigido a este León”, el joven arquero William Yarbrough no tiene como agradecer la confianza para que un chamaco con menos de 40 partidos en Primera División estuviera levantando su primer título: “No olvides de dónde llegamos, hoy atajaste todo, sos una bestia”, fueron los gritos de Matosas para el cancerbero de raíces estadounidenses.

 

Demasiados elogios con los que Matosas choca. Habla más bajo entre más se le mencionan. Vaya, ni siquiera atiende a la analogía que cuestiona el lugar para el título que acaba de ganar: “Pero si el trofeo se lo queda el club, yo sólo me llevo la medalla de campeón”.

 

Y ésa, ¿dónde la vas a poner?

 

– Esa la voy a guardar en el cajón de los recuerdos, porque mañana ya es otra vida. Si vos te quedas estancado en los recuerdos estás muerto.

 

Y todavía repite para él… “En el cajón de los recuerdos”.

 

Para Matosas, el tiempo parece haberse detenido. Sobre todo ante el cuestionamiento de su valentía para dirigir a un equipo que tomó en la división de ascenso, casi maldito por las finales que coleccionaba y perdía, condenado a penar en una categoría menor. “Yo conozco la historia del León. Esa historia de equipo maldito es para quien no conociera México. Yo vi al León grande de verdad, cuando era chico y vivía en México, un equipo de enormes jugadores”.

 

“Cuando me ofrecen la posibilidad de dirigir al León bastaban sólo unas modificaciones. Este León es el que yo veía de chico, el que puede ganar en cualquier cancha, el que siempre juega ofensivo, como aquél que perdió una final con Toluca, grande, ofensivo”, dice en recuerdo de aquellos esmeraldas que cayeron en la final de 1974-75, curiosamente bajo la dirección de otro uruguayo: Ricardo de León.

 

Eso sí, ganador y todo, de su directiva espera una contraoferta que mejore su sueldo, porque como dice, “las expectativas se superaron y tengo promesas para mejorar mi contrato”.

 

Es Gustavo Matosas, un agradecido con un país que le abrió los brazos, “México es una país bendito, León es una ciudad bendita y tenemos una afición a toda madre”, lo dice un hombre que llegó para dirigir al León, un equipo al que él prefiere llamar bestia, una bestia indomable con ganas de treparse a un avión para abrazar después de largo tiempo a la familia y besarlos, porque futbol, futbol hay para rato.