Los primeros días de aquel 1994 fueron de sobresalto e incertidumbre. En San Cristóbal de las Casas --donde nos encontrábamos- se escuchaba el sobrevuelo de aviones y helicópteros. Las carreteras estaban cerradas. Barricadas de arena cubrían los accesos. Se vivía un virtual estado de sitio.

 

Habían transcurrido 36 horas del alzamiento zapatista. Los habitantes de la ciudad coleta mantenían cruzados los aldabones de sus puertas. Nadie asomaba el rostro. Más de doscientos elementos del Ejército mexicano avanzaban hacia la plaza principal. Leían a su paso un recado, una pinta en un muro:

 

“Atención mexicanos: nos fuimos a Rancho Nuevo, después a Tuxtla, ya no habrá descanso. Gracias a todos, gracias coletos. No queremos TLC, queremos libertad. Viva el EZLN”.

 

Caía la noche. Los rumores no cesaban. Hablaban del retorno de los zapatistas, se decía que estaban cerca, que volverían a tomar la ciudad de nuevo. Los soldados se atrincheraron en la plaza principal. Se escuchaba cortar cartucho constantemente. El resonar de las botas corriendo sobre el cemento. Tiros aislados.

 

Virtual toque de queda fue lo que se vivió aquellos primeros días y noches en San Cristóbal de las Casas. Y no, en esos momentos nadie hablaba de que se tratara de un “teatro” o de una “impostura”. Lo que había era miedo y desconcierto.

 

No sabíamos bien a bien qué ocurría, ni quiénes eran aquellos encapuchados que acababan de declararle la guerra al gobierno mexicano.

 

Había que buscarlos y hablar con ellos.

 

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EN BUSCA DE LOS ZAPATISTAS.- Llegó el día 3. Un grupo de periodistas salimos en caravana en busca de los rebeldes. Eran las cinco y media de la mañana. Tomamos la carretera que pasa por Rancho Nuevo, donde se ubica la XXXI zona militar. Íbamos despacio, a unos 40 kilómetros por hora. No topábamos con ningún otro vehículo, ni de ida, ni de venida.

 

Ya cerca de Rancho Nuevo encontramos un camión de redilas detenido. Estaban bajando al grupo de campesinos, hombres y mujeres, que iban a bordo. Los revisaban de pies a cabeza. Manos en alto. No nos dejaron acercarnos ni tomar fotografías.

 

Más adelante hallamos un camión incendiado. Unos 15 kilómetros después topamos con un retén del ejército mexicano. Mostramos las credenciales de periodistas. Sin decir nada, nos dejaron pasar. Otros 15 kilómetros más adelante nos cerró el paso otro retén. Éste era de puros jóvenes. Sólo uno porta arma, los demás llevan machete. Piden “impuesto de guerra” y nos dejan seguir.

 

Unos 50 kilómetros más adelante, en el desvío hacia Altamirano, hallamos un tercer retén. Eran más de cien los que andaban por ahí, unos a la vista, otros escondidos entre los árboles y la maleza. Nos niegan el paso hacia Ocosingo porque, según ellos mismos nos informan, hay “fuertes enfrentamientos” en esos momentos.

 

Nos guían entonces por otros senderos selváticos. Banderas blancas se alzan en las aisladas casuchas que distinguimos entre la bruma. Y en uno de tantos parajes hallamos a algunos de los líderes del movimiento. Haríamos la entrevista.

 

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MUERTE EN OCOSINGO.- Cuatro de enero. Casi a las diez de la mañana, después de quitar una media docena de retenes con árboles que cruzaban de un lado al otro del camino, logramos llegar a la entrada de Ocosingo.

 

Ahí nos detuvieron soldados del Ejército mexicano. Tuvimos una larga negociación con el comandante en jefe hasta que (inexplicablemente) aceptó, “bajo su riesgo”, dejarnos pasar. Éramos una docena de periodistas nacionales e internacionales los que íbamos en esa caravana.

 

A medida que entramos al poblado comenzamos a ver cuerpos tirados en las calles. Camino a la plaza central contamos no menos de cincuenta cadáveres esparcidos aquí y allá, a las puertas de la iglesia, al interior de establecimientos, entre matorrales.

 

Sólo a un joven alcanzamos a hallar aún con vida. Estaba cerca de la clínica del Seguro Social. Ante la grabadora de un reportero dijo sus últimas palabras.

 

La escena más estremecedora la vimos en el mercado: no menos de una docena de zapatistas (de no más de veinticinco años) estaban tirados entre los puestos, con las manos atadas a la espalda y el tiro de gracia (en la sien). Junto a ellos, rifles de palo, rifles tallados en madera con alambres a manera de bayonetas.

 

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GEMAS: Obsequio del obispo Samuel Ruiz (qepd) en su homilía del 9 de enero de 1994 en el ex convento de Santo Domingo: “Que bajen del trono los poderosos y enaltezcan los humildes”.