La década de los 60 significó para el pueblo chicano de Los Ángeles, en Estados Unidos, un parteaguas en el camino de su reivindicación contra la discriminación y la opresión (prácticas que todavía permean en la región). En ese contexto e inspirados por el movimiento de los derechos civiles y de la lucha de los trabajadores y estudiantes, algunos jóvenes encontraron en el arte un medio para decir “esto somos, aquí estamos”. Uno de ellos —luego de pasar por las aulas— se lanzó a las calles para pintar una leyenda que hoy día es conocida en todo el orbe.