Mark Zuckerberg está enfadado con la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) porque “se pasó de la raya” con el tema del espionaje. La confianza es la única divisa del mundo que se revalúa segundo a segundo. Cuando me enteré que Zuckerberg había comprado WhatsApp comencé a borrar todos los mensajes de mi teléfono. La ingenuidad transmoderna consiste en creer que si uno borra de la pantalla un conjunto de información, ésta dejará de existir. La inercia del siglo XX es muy canija. Una planta armadora de automóviles Ford dejaba de existir con su desaparición física. Desmontar, sinónimo de matar a la planta armadora, reunía de manera perfecta el significado. Pues bien, decidí dar un paso adelante y no sólo borré las palabras, también a mis contactos. De esa manera, sentí mi tranquilidad recargada.

 

Mi premisa básica es que a Keith Alexander, director de la NSA, no deben de interesarle mis conversaciones que revelan lo que pienso sobre Mariano Rajoy, Julia Timoshenko y Miley Cyrus. Sería bochornoso saber que mis mensajes de WhatsApp aparecen en las pantallas inteligentes de Keith Alexander. Sin embargo, bajo la legislación global del Acta Patriota, todo puede pasar.

 

La ingenuidad se disipa gracias a que Google y Facebook nos demostraron que los depósitos de palabras e imágenes son como nubes: flotan y se mueven; aparecen y desparecen. Google decidió que no desaparecieran.

 

Pues bien, Zuckerberg llegó al World Mobile Congress de Barcelona no sólo para divertirnos con sus proyecciones nunca-futuristas, es decir, reales. Tampoco viajó a Barcelona para entrevistarse con el presidente Artur Mas para solicitarle que renuncie a la idea de la consulta independentista que se llevará a cabo en noviembre. No, tampoco viajó el Amigo de mil 200 millones de facebookeros a Barcelona para ver el partido del equipo Barcelona, lo hizo para anunciar al mundo que detrás de WhatsApp no hay ni archivos ni cementerios de palabras. En una palabra, confianza.

 

Insisto, las reacciones-red-miedo que detonaron la compra que hizo Zuckerberg en el supermercado de los intangibles o imposibles nos hace pensar que sería muy difícil ver al dueño de Facebook y WhatsApp en un selfie con Edward Snowden. Los enemigos de Zuckerberg son los políticos que se encargan de obstaculizar su negocio y los hackers que revelan sus cuitas con las agencias de seguridad estadunidenses. El mundo de Zuckerberg no es el de las plantas industriales ni el de los parlamentos; mucho menos el de los juzgados. El de Zuckerberg es el de la confianza monetizada en miles de millones de dólares.

 

El hombre que hizo estallar el determinismo de los encuentros en mil pedazos, le envió un mensaje al presidente Obama: “El Gobierno se pasó de la raya, pero ahora está entendiendo dónde está el límite (…) Los gobiernos tienen la responsabilidad de proteger a los ciudadanos, pero también de ser transparentes”, añadió (La Vanguardia de Barcelona, 25 de febrero 2014). (Por cierto, el periódico catalán llevó la nota a ocho columnas de la portada y The New York Times destacó la nota; caso contrario sucedió en México, no es casualidad.)

 

Los 19 mil millones de dólares (247 mil millones de pesos) que Zuckerberg pagó por WhatsApp no admiten ataques de desconfianza. No hay Valor Presente Neto (NPN) descontado a una tasa imaginaria que permita el sesgo de la desconfianza. Así que Zuckerberg sólo viajó a Barcelona para avisarle al mundo que se encuentra enfadado con la NSA; que WhatsApp, a diferencia de Facebook, no tiene memoria.

 

En una reciente reunión entre Barck Obama y Zuckerberg, el presidente aceptó que para la smart demography global, personajes como Larry Page, Sergéi Brin, Jan Koum y el mismo Zuckerberg, entre otros, son los transmodernos personajes de Walt Disney. Obama lo sabe. A los creadores de Google, Facebook y WhatsApp los corteja en sus discursos de la nación. Sabe que forman parte del poder blando de su país.

 

Jan Koum (WhatApp) es ucraniano, no se mete en asuntos de su país; no habla de Yanukóvich ni de Timoshenko. En el World Mobile Congress habla de su creación que vale 19 mil millones de dólares. En entrevista para La Vanguardia dijo: “Soy una prueba del sueño americano”. A Obama se le debió de enchinar la piel cuando le comentaron la nota. Qué mejor poder blando que personas que no requieren de botargas para hacer reír a los niños, adolescentes y adultos. Así que la NSA recibirá muy pronto la idea de que no es necesario aplicar estrategias de espionaje vía metadatos; con el espionaje tolerado de los mil 200 millones de facebookeros es suficiente.

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