Ante la intolerancia, los rasgos culturales suelen convertirse en escudos de hierro, con los cuales, lamentablemente no se permite a la razón permear. No se le puede reconocer a Estados Unidos el éxito en la captura de Joaquín Guzmán Loera, porque culturalmente es incorrecto. Lo mejor es colgarse las medallas y levantar la bandera.
Con tan sólo mencionar dos palabras: “Iniciativa” y “Mérida”, en el intelectual colectivo mexicano aparece la palabra “soberanía”. Esta reacción es incentivada por los trasnochados que aún no despiertan de la época de los contra nicaragüenses, de la invasión a Panamá o del golpe a Salvador Allende.
De lo anterior se deriva la reacción de bote pronto que tuvo el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio, al asegurar que la intervención de Estados Unidos en la captura de Joaquín Guzmán, fue mínima. Si cuantificamos lo que el funcionario mexicano considera como mínimo, nos daremos cuenta que no lo es. Por el contrario, de manera abrumadora, la participación de la DEA fue toral si entendemos que la georreferenciación forma parte importante de la inteligencia de información. Sin ubicación, no hubiera existido la aprehensión. No sería exagerado estimar en 90% la participación de la georreferenciación.
A Estados Unidos le interesaba mucho dar la primicia de la captura de Joaquín Guzmán, primero porque la red de comercio de cocaína que maneja El Chapo es global y por tanto meta nacional. Desde el ángulo mexicano, a la narrativa realista del caso de El Chapo se le había complementado con ramificaciones mitológicas. Imposible ver la red de comercio global.
Segundo, para dirigir un potente mensaje a los mexicanos museofílcos de la prehistoria, cuyas palabras se niegan a acampar en el terreno de la objetividad. Extrapolar las externalidades de los programas de espionaje de Edward Snowden es un error. Viajar al tiempo de la invasión a Panamá es un chiste.
Tercero: reforzar la vigencia y la imagen del programa Iniciativa Mérida. En él subyace el intercambio intergubernamental de recursos económicos, tecnológicos, humanos y de información.
Cuarto: desconfianza. Permanece fresca la tinta de las hojas que imprimió el embajador estadunidense Carlos Pascual (cuando estuvo en México). El mapa que esbozó sobre el estado de salud del ejército mexicano le provocó su salida del edificio de Reforma. El presidente Calderón recibió el mayor golpe de Estados Unidos a través de esos documentos descriptivos redactados desde la embajada de aquel país.
La DEA, el fiscal Eric Holder, al igual que Vidal Francisco Soberón, secretario de Marina, y el secretario de Gobernación conocieron la noticia de la detención con segundos de diferencia. Funcionarios de la DEA y del servicio de inmigración y aduanas estadunidense (ICE) estuvieron, codo a codo, colaborando con marinos mexicanos días antes de la aprehensión.
Un dron devoró la información de uno de los asistentes del chapo: el cóndor. Todo lo demás ya lo conocemos.
Fue Estados Unidos quien negoció directamente con el presidente Peña la brecha de horas que pasaron entre el cable de AP (en el que se informa al mundo de la detención) y la confirmación del propio presidente a través de un tuit. La táctica la reveló el gobierno mexicano de forma implícita en el momento en que cambió de hora la conferencia de prensa que el procurador dio desde el hangar en el aeropuerto Benito Juárez.
No podemos pedirles a los gobiernos mexicano y estadunidense que modifiquen los rasgos culturales etnocéntricos, que permanecen en sus respectivas demografías. Es una responsabilidad personal el evitar la extrapolación en los criterios de evaluación de las políticas públicas de los países, y detrás de esa responsabilidad se encuentra la educación.
En ocasiones se confunde a la objetividad con el pragmatismo; la diferencia es clara. En el primer caso se confrontan los sucesos con la realidad mientras que, el pragmatismo, es un ejercicio voluntario de disipar cualquier elemento ideológico para conseguir un fin determinado.
No se puede defender al presidente Obama en el caso del espionaje dado a conocer por Snowden. Es lamentable. Pero tampoco se puede pasar por alto la importancia que tuvo la DEA, y otras agencias de investigación, en la detención del enemigo público número uno de Estados Unidos.
Minimizar, ante los medios de comunicación, el trabajo de inteligencia de Estados Unidos, como lo hizo el secretario Osorio, no colabora a la producción mediática de percepciones sobre la colaboración estrecha entre México y Estados Unidos.
No hay que sonrojarse ante los museofílicos de la prehistoria. Hablar de soberanía en época de globalización, es hablar de evolución tecnológica desde la caverna.
Felicidades a la marina mexicana, pero también a la DEA.