El paroxismo de la estética irrumpe en el concepto del arte para hacerlo volar en mil significados. Su rasgo polisémico en el siglo XXI corre a cuenta de los juguetes de Damien Hirst y Jeff Koons; la apreciación artística se devalúa gracias a la perturbadora omnipresencia de la palabra “arte”. Empaquetado al vacío o sumergido en un tanque con formol, el arte está al alcance de los habitantes gobernados por oclócratas. Por fin, las fronteras de la apreciación estética con la casualidad se han disipado.
Al inicio de semana, al Grand Palais parisino le fue empotrado un supermercado especial para que modelos de Chanel se atrevieran a salir de compras, en tiempo y espacio simultáneos con una pasarela casual. (El video se puede observar en: http://www.chanel.com/fr_FR/.) En efecto, el edificio de las bellas artes sembrado en el corredor Champs-Élysées le transfirió útiles artísticos a Chanel. Mercadear al Grand Palais es algo similar a abrir una sucursal de la tienda Elektra en el vestíbulo de Bellas Artes, en el centro del Distrito Federal.
El fenómeno ni es nuevo ni sorpresivo. Gracias a los ingenieros del marketing entre el lujo y la pobreza existe la aspiración; es decir, entre la oferta de productos lujosos y la masiva demanda latente de consumidores con escasos recursos económicos, el puente, tan milagroso como espectacular, es la aspiración.
Así nació Zara, la joya gallega de Amancio Ortega, o si se prefiere, así nació el arte de Damien Hirst. En el caso del dueño de las tiendas de ropa Zara, armó una industria con proclividad a la producción en masa. De ahí el secreto de que lo importante no es la inversión en el diseño de ropa sino en la logística de la distribución. Sobre el diseño, se encargan los hackers de la moda. Por su parte, Hirst también montó una industria conformada por líneas de producción de juguetes.
La era de los servicios distorsionó a cimientos clásicos de la economía. En 2013, Tres estudios de Lucian Freud fue subastado por 104 millones de euros (mil 800 millones de pesos), convirtiéndose en la transacción más cara en la historia del arte. A Francis Bacon, su autor, le hubiera gustado cobrar por su obra vendida. Pero al juguetero Jeff Koons no le fue nada mal el año pasado. Su obra ocupó el nada modesto tercer puesto entre las obras de arte que más se pagaron durante subastas. Christie’s remató su escultura Balloon dog (Orange) por 42.5 millones de euros (765 millones de pesos). La fina escultura se puede observar en: http://nyclovesnyc.blogspot.mx/2013/11/balloon-dog-orange-by-jeff-koons-on.html.
Entre la obra de Koons y la de Alessi, el personaje que tuvo el don de convertir las cocinas en jugueterías, no hay gran diferencia. Quizá la idea preconcebida de utilidad sesgue el valor de las obras de Alessi, pero nada más.
En la globalización polisémica, WhatsApp es una obra de arte. El trans Superman del XXI, Mark Zuckerberg, aseguró que la compró en ganga de 19 mil millones de dólares (342 mil millones de pesos); su valor subyacente se encuentra en que otros artistas, los de Google por ejemplo, se les haya ocurrido comprarla. Es decir, la puja, que bien pudo hacerla Christie´s, el trans Superman la ganó.
Si Andy Warhol hubiera desarrollado una aplicación cuyo nombre hubiera sido Coca Cola 3 (ver la obra en: http://www.coca-colacompany.com/stories/warhol-coca-cola-painting-could-fetch-40-60-million-at-christies-auction), la obra de arte no se hubiera vendido en 48.8 millones de euros (878 millones de pesos), quizá se la hubiera vendido a Zuckerberg por más de 20 mil millones de dólares (360 mil millones de pesos).
Si en el pasado los perfumes se encargaban de despertar el deseo de la aspiración (el precio del líquido aromático de Cartier era marginal respecto al de los brazaletes) de oclócratas, hoy en la aspiración subyace el deseo de conquistar a través de los teléfonos celulares. Un selfie tumultuoso puede convertirse en obra de arte.
Los hombres que habitaron la caverna en el pasado siglo nunca se imaginaron que el arte se reduciría a una obra de marketing. La estética, de su época, hoy puede llegar a aburrir. El arte es una fábrica de emociones. De ahí que Edgar, trabajador de The Big Mama´s & Papa´s, el día de la entrega de los premios Oscar se despertó como pizzero y regresó a casa como artista.
En efecto, todos somos artistas pero muchos ganamos una miseria por nuestras obras. Algo que Koons no puede decir.