La política en Francia es algo más que una pasión de vida. Si el ADN de los estadunidenses se geolocaliza en Las Vegas y el de los brasileños en el estadio de futbol Maracaná, el de los franceses se encuentra en la política; para ser claro, en la École nationale d’administration (ENA).
Para los franceses la política es algo más que un sector keynesiano, o si se prefiere, paternalista; tampoco se agota con la división del Parlamento entre los que se sientan a la izquierda y a la derecha. Es imposible generar un contenedor del concepto “política a la francesa”; de ahí la conveniencia de definirla como “algo más que una pasión de vida”. Recurro al “algo más” porque no existe un concepto inventado que la describa.
La de hoy es una política de miedo. Marine Le Pen encabeza la fórmula que mejor se adhiere a la demografía francesa de 2014. En ella se abreva el odio a la Unión Europea y a todos los valores que ésta promueve. Hoy, uno de cada cuatro franceses detesta a su moneda y a los migrantes; le parece incrédulo que Lacoste se fabrique en plantas industriales de Praga y que los integrantes de su selección de futbol no canten la Marsellesa (como lo señaló en 1998 el alter ego de Marine, su padre, Jean Marie, el hombre que tenía por costumbre lanzar bofetadas a sus críticos). Frente a Marine Le Pen, el espectáculo. Veamos un ejemplo.
El miércoles 29 de enero el canal de televisión France 3 emitió una entrevista con Muamar Gadafi, el dictador libio lapidado el 20 de octubre de 2011. En ella recordó la recepción de Estado que le preparó el entonces presidente francés Nicolas Sarkozy en diciembre de 2007.
“Sarkozy tiene una deficiencia mental. Llegó a la presidencia gracias a mí (…) Nosotros le aportamos los fondos que le permitieron ganar, él vino a verme cuando era ministro del Interior. Me pidió apoyo financiero”. Después supimos que el calor de la Primavera Árabe derrocó al dictador.
La dramaturga Yasmina Reza ha escrito, hasta ahora, el mejor perfil de Sarkozy: El alba la tarde o la noche (Anagrama), y lo hizo gracias a un acuerdo con el propio y entonces candidato presidencial. Al acompañarlo a varios de los eventos de su campaña, Yasmina lo describe como narcisista y egocéntrico pero nunca lee lo que los periódicos publican sobre él. Pero más allá de etiquetas humanas, Reza asegura que el poder excita a Sarkozy. Su relación con él es extraña porque una vez que lo obtiene desea subir al siguiente escalón. Su triunfo electoral le aburrió rápidamente. ¿Qué sigue?
Sabemos que no hay nada más obscuro y amoral en la política que las fuentes de financiamiento electoral. Sarkozy pudo acudir con la dueña de L’Oréal, la senil y poco equilibrada mental, Liliane Bettencourt, para solicitarle su apoyo monetario. Los jueces cercan a Sarkozy.
Le Monde informó a Hollande y a los franceses sobre el embrollo judicial en el que se encuentra el ex presidente. Frente al temor de ser espiado, Sarkousa un teléfono dado de alta con otro nombre; lo que no supo el ex presidente es que nos encontramos en tiempos del Imperio de la NSA (Agencia Nacional de Seguridad de Estados Unidos), y por ende, todos somos espiados. Con el teléfono sombra, Sarkozy mantiene conversaciones incómodas con su abogado, Thierry Herzog, intermediario entre el magistrado Gilbert Azibert y el propio ex presidente. Azibert trató de desactivar la idea de que sus colegas del poder Judicial se apropiaran de la agenda presidencial de Sarkozy para diluir las correlaciones surgidas de los eventos privados del entonces presidente. A cambio, Sarko le prometió tejer en su red de influencias, una estrategia que encamine a Azibert al Consejo de Estado de Mónaco. En efecto, el juez Azibert se convirtió en el espía que filtraba información a Sarko.
Es muy probable que los franceses vean sucumbir a un ex presidente en el precipicio judicial. El escenario desactivaría el intento de Sarkozy de sustituir a Hollande en las próximas elecciones. La debacle del activo más valioso de la derecha francesa dejaría el campo abierto a la extrema derecha de Le Pen para, primero, arrasar en las elecciones europeas de mayo, y después, en las presidenciales bajo el escenario en el que la crisis económica ha subyugado las políticas del presidente Hollande. En pocas palabras, la caza de votos de Le Pen parece ser muy beneficiosa: se adueña del centro derecha.
Uno de los rasgos de la transmodernidad es el sometimiento de los políticos en manos del hashtag de la jornada, es decir, de la cuarta enmienda de la Constitución oclocrática: No importa la ideología, lo que importa es que puedes someter la confianza de tus políticos a través de un clic.