Desde la obscuridad de la razón, es decir, desde una visión etnocentrista, los sucesos internacionales se traducen en un epítome: la batalla del bueno en contra del malo. Si a lo anterior se agrega que tenemos por costumbre acudir al basurero de la Historia con el mundano objetivo de reciclar a figuras icónicas, entonces el “análisis” se reduce a la percepción errónea.
El storytelling de los medios occidentales lo protagonizan dos iconos del G0, si, del desgobierno global: un Nobel de la Paz frente a un ex agente de la KGB. Imposible pensar que el primero reconozca a derrocadores presidenciales, pongamos como hipotético apellido el de Turchinov, que hizo lo propio con el decadente don Víktor Yanukóvich. Mientras con el ex agente de la KGB nos los imaginamos haciendo negocios con el plutócrata, y también decadente, don Silvio Berlusconi nada más ni nada menos que en la residencia sexual de Villa Certosa.
En efecto, gracias a los iconos la vida se reduce a un epítome desplegado en 140 caracteres.
Como si se tratara de un fast food, los consumidores ingresan a las instalaciones, se dirigen a la caja y demandan una cajita feliz con Coca y papas a la francesa grandes por algunos pesos más. La satisfacción de que un Nobel de la Paz reparta útiles pacíficos no tiene precio. Después, nada mejor que un paseo por el centro comercial de moda, en efecto, el G0. En él encontrará una tienda especializada en países. Las marcas son variadas: los Estados canalla tiene un olor a terrorismo, las naciones futbol siempre transfieren a sus compradores felicidad plena; los Estados fallidos son idóneos para los exploradores y amantes del riesgo; las regiones comida fueron elaboradas para los glotones; los países continente son divertidos por la variedad humana; las naciones religiosas fueron concebidas para industrializar el escepticismo; las regiones mainstream son ideales para los lunamieleros; las naciones trágicas son un spa para los escritores y cuentachismes VIP. En esa tienda usted puede comprar regiones tecnológicas, culturas que detestan el progreso y grupos étnicos que desafían a la ley de la gravedad. Como se puede intuir, el espectro es amplio.
En el centro comercial G0 existen guías que le cuentan historias creíbles. Una de ellas la describí en la introducción de este texto. Como complemento, la épica dice que la época de las independencias ha llegado a su fin. Crimea fue rematada sin precio por Nikita Jrushchev, como bien dice Gorbachov, sin preguntarles a los soviéticos si estaban o no de acuerdo, y medio siglo después regresa a través de una embrollosa euromaidan cercada por francotiradores; después de la matanza de por lo menos 70 héroes, Yanukóvich, presidente, cae a las puertas de una de sus mansiones foto reporteadas por Vanity Fair. El día después, ingresa a escena el icono de la KGB.
La grosera epítome permite matizar en dos caminos: ¿Qué hizo la Unión Europea, en particular Alemania y Polonia, durante las últimas décadas para impedir la anexión de Crimea a Rusia? ¿En qué momento el Departamento de Estado de Estados Unidos perdió en su radar global a los prorrusos de Ucrania? ¿Quién envió a los francotiradores a interrumpir la fiesta en la euromaidan durante las horas en las que Alemania, Polonia y Gran Bretaña convencían a Yanukóvich de adelantar elecciones? ¿Por qué el evangelio de occidente apoya de facto a derrocadores? ¿Por qué Putin desea el aislacionismo si la dependencia comercial de Rusia crece año tras año?
El efecto determinista de las etnias permite eliminar sesgos ideológicos. ¿Qué hacer con el destino de 20 millones de soviéticos que una noche se fueron a dormir perteneciendo a una nación y al día siguiente despertaron con el pecho cubierto con la bandera de otra nación? Para los enemigos de la transcultura el acontecimiento puede exudar molestias e inclusive odio. En cambio, para los amantes del geocentrismo cultural, dichos acontecimientos representan una fiesta con juego interminable. Lo que también es cierto es que a la verdad no se llega por la mayoría de votos. El determinismo de Crimea, aplaudido por Gorbachov, regresa al terreno ruso.
En efecto, nos encontramos en el parque temático G0, el desgobierno. La suma del G7+1, el G20 y una serie de líneas de producción de objetos industriales emotivos, nos coloca en el peor de los escenarios: una juguetería en el que las figuras de Obama y Putin se encuentran de rebajas, o si se prefiere, ambos conforman el G2-2.