Ir del cielo a la tierra en menos de 90 minutos es algo que ocurre de cuando en cuando en el mundo del futbol. Lo curioso es que cuando ocurre es casi siempre al revés de lo que vivió el capitán de los Pumas, Darío Verón. Hizo dos goles, sí, pero el segundo en su portería y con ello le dio la victoria al Monterrey en la cancha de Ciudad Universitaria.
Caprichos del futbol, pues unos minutos antes, el central paraguayo había hecho estallar la euforia de los asistentes cuando marcó el empate de un encuentro sordo, de pocas emociones y en el que el Monterrey había tenido las opciones más claras frente al marco. Darío había plantado la ilusión de la remontada, le hizo olvidar a la afición auriazul la tijera que de espaldas al marco concretó Omar Arellano para poner a los Rayados con la ventaja parcial de 0-1. Belleza de gol. Y al final, fue él mismo quien les arrebató la ilusión de ganar una vez más en casa.
Por eso aunque Verón gritaba, corría y aplaudía para animar a sus compañeros, el daño ya estaba hecho, pues del golpe los felinos ya no pudieron reponerse. El infortunio les nubló las ideas, lo que les hizo gestar ataques con mucha vehemencia pero sin nada de claridad.
Con el pitido final del árbitro, el capitán avergonzado volvió a agachar la mirada y silenciosamente se dirigió a los vestidores, sensación que fue correspondida por un público que vitoreó y aplaudió el coraje de un jugador que muchas veces da y pocas quita en favor de Universidad.