Durante las últimas dos décadas se han elaborado cientos de pruebas periciales que reconstruyen el asesinato de Luis Donaldo Colosio Murrieta, y tal vez ninguna sea más viva que el recuerdo de Agustín Pérez Rivero, el fundador de Lomas Taurinas, la colonia tijuanense donde ocurrió el magnicidio del candidato presidencial.

 

Todos los días, don Agustín sale de su casa y contempla a Colosio desde su patio, esa gran estatua de dos metros que levanta la mano izquierda como lo hizo el político sonorense el 23 de marzo de 1994, antes de que lo asesinaran en la ahora llamada Plaza de la Unidad y la Esperanza.

 

“Yo parí Lomas Taurinas en 1985”, sostiene el mexiquense de nacimiento y señala las tres mil casas que rodean a la colonia popular.

 

Su ágil caminar esconde sus 84 años, sube unas cuantas escaleras y señala al piso, unos metros detrás del monumento a Colosio: “aquí lo asesinaron, aquí cayó tendido”.

 

“Quedaron dos coágulos de sangre enormes, entre ellos se veía una cosa blanca, los sesos, la masa encefálica, en esos dos charcos que quedaron en la tierra”, sigue señalando el suelo aún sin resignarse al magnicidio.

 

Don Agustín era secretario general del PRI en Tijuana cuando ocurrieron los hechos, además fue legislador federal por el mismo partido y como luchador social fundó 84 colonias en todo Tijuana, sin embargo él no es tijuanense, nació en Acolman, Estado de México, pero viajó a la frontera a buscar peleas como boxeador profesional, su antigua vocación.

 

Durante el resto del año 1994, Agustín con sus gestos duros y su voz clara cuenta que fue a declarar cuatro veces a la PGR. Los interrogatorios duraban hasta 28 horas, entraba a las 8 de la mañana y salía al otro día a las 10 de la mañana.

 

“Toda la noche me pasaban videos, recortes de fotografías, y todos los agentes del MP y Derechos Humanos, decían algunos de ellos, ‘mire verdad que lo está viendo Mario Aburto, como que le está haciendo señas”, narra el líder colono.

 

No obstante, a todos los cuestionamientos de los federales, él respondía lo mismo detalle a detalle: “cuando acabo el evento todos aplaudimos, fue una ovación impresionante, coreábamos el nombre de Colosio”. Pero la muerte llegó repentinamente.

 

El fundador de Lomas Taurinas habla con voz fuerte, sostiene seguro de sí mismo de lo que vivió hace 20 años, “ni siquiera se escucharon balazos, más bien se escucharon como globos que revienta, ¡paz! ¡paz!”

 

Después comenzó el griterío y el tumulto de gente comenzó a correr para todos lados. A Colosio lo cargaron cuatro personas y lo llevaron corriendo hacía los coches, cada uno agarrando una extremidad y él chorreando sangre de la cabeza y con los ojos mirando al cielo.

 

Da una mirada a la Plaza como si viviera otra vez el acontecimiento. Recuerda que como a los dos minutos de que llevaban el cuerpo sin movimiento de Colosio, le siguió una multitud con Mario Aburto, dos personas los sujetaron de los brazos con la cabeza hacía enfrente, “lo llevaban corriendo, iba bañado de sangre, ya lo habían golpeado”.

 

Algunos decían: “No lo maten, no lo maten, para que sepan quién mandó” a matar al candidato.