La experiencia de ver una película en una sala, donde los espectadores son parte de un acto colectivo – que de alguna forma está diseñada para ser personal, pero que no lo logra – desemboca en una pantalla que resalta en medio de la oscuridad. No podemos ser ajenos a las emociones que experimentan en las butacas vecinas. Lo anterior lo pude comprobar en la proyección dentro de un cineclub de la película Enter the void, de Gaspar Noé.
Heredero del nuevo extremismo francés: una corriente que agrupa a directores que muestran el cuerpo humano en cualquier modalidad posible de abuso y mutilación (Bruno Dumont, Claire Denis, los mexicanos Amat Escalante y Carlos Reygadas, entre otros). No pasaron ni diez minutos cuando salió de la sala el primer grupo de cinco personas, y así conforme pasaba la película y se hacían presentes escenas crudas y fuertes, la gente simplemente llegaba al tope de lo que podemos llamar “soportable”. Lo mismo pasó con Heli y la escena sin elipsis, donde los testículos arden en llamas.