En los últimos años los embates del crimen organizado y la delincuencia común han crecido en el Estado de México, colocando a los municipios de Ecatepec, Nezahualcóyotl, Cuautitlán Izcalli, Tlalnepantla, Naucalpan y Toluca como los más peligrosos. Vecinos y comerciantes denuncian robos, secuestros, cobros de piso, y hay quienes han visto morir a un amigo, a un familiar o a un conocido.

 

Gente común que viaja en el pecero o en autos lujosos; obreros, empleados o empresarios, todos pueden ser una víctima. No hay clases sociales, ni horarios, ni condiciones.

 

El gobernador Eruviel Ávila asegura que el crimen se movió de Michoacán, pero el aumento en los casos de crimen y violencia se muestran desde hace al menos tres años.

 

Aquí las historias de habitantes de distintos municipios, que platican con desesperación y rabia las pérdidas sufridas, pero también de una confianza fracturada, lo que ha llevado a sus habitantes a modificar su estilo de vida, a mirar de reojo al caminar por la calle, a observar detenidamente a los pasajeros que viajan con ellos, y a desconfiar de todos ante la inseguridad.

 

La colonia Raúl Romero, en Nezahualcóyotl, fue una de las primeras en donde se registró la extorsión a gran escala de grupos de la delincuencia organizada, principalmente en contra de los locatarios del Mercado San José.

 

Claudia, líder vecinal de la zona explicó que aquí “rentean” hasta a las Marías que venden quelites y nopales, aunque oferten sus mercancía sobre un hule que ponen en el suelo, a ellas sólo les cobran 50 pesos a la semana, por vender su vaina, manzanilla, pericón, hongos, etc.

 

A los taxistas de la base de San José les exigen 200 pesos semanales, mientras que a los carniceros, de mil a 2 mil pesos dependiendo el número de clientela que tengan.

 

“Dicen que son de La Familia Michoacana, quién sabe, nadie quiere averiguar. Algunos comercios tienen que pagar doble, pues unos días pasa un grupo y, luego otro, y cada uno se acredita como el original, y si no pues le dan una muestra de su ‘autenticidad’ a la víctima”.

 

Claudia reconoce que la extorsión, narcomenudeo, el robo de vehículos, de autopartes, a transeúnte, homicidios por ajuste de cuentas suceden cotidianamente.

 

“Aquí enfrente del comercio están desvalijando los carros, ah pero eso sí, te preguntan que si es tuyo (el carro), cuando les dices que no, te contestan que bueno, y es cuando arrojan la ‘bujía’ para romper el vidrio lateral y robar lo que haya en el interior del carro, sólo dicen: cállese, ya sabemos quién es, y se van sin prisa”.

 

Atentado a policía héroe

 

Heriberto policía municipal de Tlalnepantla cumplió con su deber, y detuvo a una banda de secuestradores y narcomenudistas ligados con La Familia, en San Juanico y La Presa.

 

Su ascenso estaba garantizado, pero comenzó a recibir llamadas telefónicas de amenazas por las cuales le dieron detalles de su vida cotidiana y sus seres queridos.

 

Temeroso por el daño que pudiera sufrir, pidió su cambio a otra zona donde no lo conocieran y fuera más tranquilo el trabajo. Un mes después de la detención de los criminales, al salir de madrugada de su trabajo, circuló por la carretera México–Querétaro, y a la altura de Lechería, una camioneta de redilas se le emparejo, y un sujeto, le apuntó con una “cuerno de chivo”.

 

Presa del pánico aceleró, sin percatarse si dispararon en su contra, y sólo se detuvo en una de las desviaciones a la altura de la Bacardí, en Cuautitlán Izcalli, cuando su carro se estrelló en la parte trasera de un tráiler que estaba estacionado.

 

Aunque perdió el sentido, él cree que sus perseguidores lo dieron por muerto, y por ello, no lo remataron.

 

Amenazas y disparos

 

Mariano tiene un local sobre la avenida López Portillo, en Coacalco, y a principios de este año recibió una golpiza y un disparo que le atravesó ambas piernas cuando un grupo armado entró a asaltar su comercio.

 

Era el 4 de enero, fecha en que las ventas de carros de baterías son más altas por ser víspera de Día de Reyes, cuando llegó el grupo y sin mediar palabra amagó a los propietarios.

 

“Ya me tenían estudiado, luego luego se fueron contra mí. Me pedían la cuenta por la venta de los carritos. Eran como 30 mil pesos, era lo que habíamos vendido en todo el día.

 

“Me hice el desentendido, y fue cuando uno de ellos me dio un golpe en la cara con la pistola, y el resto de grupo con rifles grandes, creó que eran otros cuatro, me empezaron a patear en el suelo, mientras me amenazaban.

 

“Mi tío les dijo que ya me dejaran, que les iba a dar todo, se fueron con mi tío a un cuarto donde tenemos un baño, y un escritorio, ahí les dio el dinero, yo seguía en el suelo, y aun cuando ya tenían el efectivo, y ya se iban, uno de ellos regresó y me disparó”.

 

Por fortuna para Mariano, padre de dos hijos, la única bala que le dispararon atravesó sus dos muslos, (pues estaba tirado en posición fetal), sin tocar hueso o arterias, por ello su recuperación fue rápida, aunque las secuelas emocionales para él y su familia fueron graves.

 

Cambios de vida

 

Tultepec era hasta hace una década una ranchería en crecimiento, sobre todo por la industria de la pirotecnia. El centro del municipio es reconocido por la prosapia en la fabricación de cohetes, pero sin darse cuenta comenzó a crecer de una manera desmesurada, y sus límites con el área conurbada se perdieron.

 

Cuando se percataron de ello, los descendientes directos de los fundadores ya no conocían a las personas que iban y venían por las calles, sobre todo habitantes de las zonas interés social que invadieron las tierras agrícolas.

 

Aquí los plagios cometidos presuntamente por integrantes de La Familia Michoacana se enquistaron, en especial en contra de los comerciantes y fabricantes de juegos artificiales.

 

“Ves las camionetotas, te das cuenta que los niños que antes veías sin zapatos, ahora ya andan en sus trocas, ¿cómo le hicieron?, quién sabe, pero está muy difícil. Los tienen bien ubicados (a los comerciantes), hay veces que los interceptan saliendo de su comercio, y nada más los meten a una casa que está a dos o tres números de su propia vivienda”, dijo Guillermo “N”.

 

“Se conocen pero nadie dice nada, son nuestros propios vecinos. Cuando los sueltan después de que pagan los rescates, les dicen que si van con la policía los van a matar a ellos y a sus parientes pues son de La Familia. Ve a saber si efectivamente son de ellos, pero para averiguar está difícil”.

 

Homicidios a la luz del día

 

El Fraccionamiento San Rafael, es una colonia del municipio de Tlalnepantla, donde sus habitantes son de clase media baja. Obreros, albañiles, empleados de oficina o de instituciones gubernamentales, su crecimiento ha sido paulatino desde hace cinco décadas.

 

En todo este tiempo no hubo quejas por la inseguridad, sólo los pleitos entre los grupos de jóvenes de las cuadras vecinas. Fue hasta hace tres años cuando sin una señala premonitoria comenzaron a aparecer cuerpos tirados sobre la avenida Amates.

 

Cadáveres calcinados, mutilados, ejecuciones a plena luz del día, venta de droga al menudeo, asaltos a trasporte público, y grupos de jóvenes a bordo de motonetas vinieron a modificar la vida simple de esta colonia, mucho tiempo ignorada por el crimen.

 

“Iba a la carnicería. Eran como las cuatro de la tarde. Enfrente de mí iba un señor joven con una mochila, parecía que venía de trabajar, de repente de un carro verde se bajaron dos tipos, y sin decir nada le dispararon en la cabeza, no sé si se murió, solo vi que se quedó tirado en un charco de sangre”, dijo la señora Gloria.

 

La colonia es estratégica para los asaltantes del trasporte público que se desplazan sobre la autopista México-Querétaro, pues después de cometer el atraco sólo le ordenan al chófer que se detenga en el puente peatonal de Jardines del Recuerdo, y echan a corren cuesta abajo, y se pierden entre las calles.

 

En una ocasión -cuenta Maritza, una de las pasajeras- los usuarios de uno de los camiones “amarillos” que va de Cuautitlán Izcalli al Metro Poli, quisieron enfrentarse a los criminales, pero cuando iba a comenzar la persecución uno de ellos, disparó indiscriminadamente en contra de la multitud y todos se tiraron al suelo mientras los rateros gritaban “no que no putos”.