El escritor Emmanuel Carballo reconocía como sus simpatías literarias como crítico a sus colegas innovadores, aquéllos que luchan por implantar una manera de vivir y escribir distinta.

 

En los momentos más significativos de sus vidas como escritores prefirió a José Vasconcelos y no a Antonio Caso, a José Juan Tablada y no a Efrén Rebolledo, a José Gorostiza y no a Jaime Torres Bodet, a Octavio Paz y no a Rafael Solana, entre otras muchas opciones que le gustaba citar.

 

Para Carballo, los primeros representan la voluntad de ruptura, acrobatas que se lanzan a hacer sus piruetas sin una red de protección; y los segundos (al margen de sus propias aportaciones) la conformidad en cierto modo con el status quo.

 

A lo largo de sus 84 años trató de ser fiel consigo mismo y congruente con las ideas en que sustento sus tareas como escritor y hombre preocupado por sus semejantes.

 

 

Artísticamente creía que en la literatura se dan cita y conviven pacíficamente toda clase de valores por antagónicos que parezcan, y que resulta improcedente rechazar en nombre del pueblo las obras producidas a su espaldas.

 

“Si este tipo de obras son de excelente factura tarde o temprano serán patrimonio del pueblo. Cuando medito acerca de este tema, en el pasado me topo con Balzac, y ahora con Octavio Paz. Dentro de algunos años, como sucedió con las obras del autor de la Comedia humana, el escritor mexicano será lectura provechosa para los lectores preocupados por utilizar la literatura como una de las armas necesarias para construir un nuevo estado de cosas que beneficie al pueblo de nuestros países”.

 

Como crítico me sucederá lo que un día observó Alfonso Reyes: llegará un joven en el último barco y pondrá en tela de juicio todo lo que pensé y edifiqué y se pitorreará de mí. Y yo ya estoy esperando a ese joven que va a tener razón como yo la tuve cuando fui irrespetuoso con mis mayores.