A últimas fechas, el presidente Enrique Peña Nieto está dedicando buena parte de su tiempo a tratar de mover la aguja del aplausómetro en su favor. Lo mismo intentan los integrantes del gabinete a cargo de las tareas de gobierno más “sensibles”: Gobernación, Hacienda, Desarrollo Social, Trabajo, Salud, además del titular de la secretaría de nombre kilométrico, Sagarpa (responsable de pocas cosas: agricultura, ganadería, desarrollo rural, pesca y alimentación), y algunos gobernadores priistas, como el del Estado de México y Tamaulipas, por ejemplo.
Esta nueva etapa de búsqueda desesperada de popularidad por parte de los priistas del siglo XXI que encabezan el sexenio de las reformas estructurales, ha sido provocada por las encuestas de opinión -las que elaboran en Los Pinos y las que perpetran las casas de apuestas… perdón, de encuestas- que muestran una estrepitosa caída en los porcentajes de aceptación de la sociedad hacia el gobierno federal.
No es otra la razón que ha impulsado al presidente de la República y a sus colaboradores a entrar en un torbellino de declaraciones, entrevistas, giras, mesas redondas, pasarelas, así como a organizar todo tipo de encuentros con sedicentes representantes de los sectores sociales, anteriormente denominados “fuerzas vivas”, que hoy han quedado reducidas a grupúsculos de chile, de dulce y de manteca, apuntan los observadores.
Sin embargo, las necias encuestas siguen escamoteándole las buenas noticias a Enrique Peña Nieto, lo cual tendrá el efecto indeseable -o daño colateral- de que en las próximas semanas y tal vez meses seguiremos presenciando el espectáculo picante y divertido de una cuasi campaña de él y de otros funcionarios públicos federales, en la que no se le piden votos a la población sino aplausos (¡por el amor de Dios!), unos cuantos aplausos para alimentar al aplausómetro.
La problema (así dice un observador extranjero que aplica la regla de que las palabras en español terminadas en “a” son de género femenino), la problema es que, mientras Peña Nieto y sus muchachos y muchachas siguen en campaña para aumentar su popularidad, los indicadores sociales y económicos muestran: desempleo imparable; nulo crecimiento económico; miseria extrema y hambre (los comedores comunitarios de doña “Chayo” no son suficientes para dar de comer a los millones de hambrientos); déficit en servicios de salud; abandono en el campo, etc.
Pero, a ver, aléguele a los políticos para que se asesoren por auténticos expertos en comunicación (y no simples “paleros”) que les digan con todas sus letras: una cosa es la popularidad y otra el buen gobierno; los aplausómetros alimentan la vanidad de los funcionarios públicos, pero no resuelven ningún problema.
AGENDA PREVIA
Dice la Secretaría de Hacienda que el gasto público se está ejerciendo con oportunidad en favor de la economía y bienestar de las familias mexicanas. Durante el primer bimestre del año el gasto neto presupuestario reportó un crecimiento real anual de 20%, subraya y detalla: Para lograrlo, desde el mes de diciembre de 2013 se dieron a conocer las reglas de operación de los programas federales y se iniciaron licitaciones adelantadas para las obras en ese mismo mes.
Así fue posible que los programas públicos comenzaran a operar en enero, cuando típicamente lo hacían en marzo o en abril. De esta manera, el Gobierno de la República promueve un mayor dinamismo de la demanda en favor de la actividad económica en el corto plazo.
¡Se ve, se siente, el gasto público está presente! Gritan a coro los funcionarios, comunicadores y “paleros”.
La pregunta de los analistas políticos, financieros, bursátiles, incluyendo a los bisoños; así como de los desempleados, subempleados, pequeños y medianos empresarios, “changarreros”; pobres y pobras, es: ¿Por qué esa abundancia de billete que según Hacienda se está inyectando a la economía, no se refleja en el bolsillo ni en el bienestar de las familias mexicanas? ¡Espérense, espérense al segundo semestre! Es la respuesta de algunos funcionarios.
¡Pues a ver si no nos morimos antes! Reviran los afectados por la difícil situación económica.