Dani Alves retrasó algunas centésimas de segundo su saque de esquina durante el partido Villarreal-Barcelona del domingo para comer un trozo del plátano que le arrojaron desde la tribuna del estadio. En la polisemia que subyace de la rica fruta nutritiva se encuentra la xenofobia ya que, como se sabe, los macacos suelen incluir en su menú al plátano.
La reacción de Alves fue atípica pues complementó la narrativa “imaginada” por el agresor. No existe parangón similar en el radio de las agresiones a futbolistas provenientes de las tribunas. Un ejemplo lo podemos situar el 20 de noviembre de 2002, cuando desde la tribuna del Nou Camp salió disparada una cabeza de cerdo en contra de Figo como respuesta a su fichaje por el Real Madrid después de haber jugado en el Barcelona.
La inmediatez, las redes sociales y el maistream son los tres vértices torales de la globalización. Así lo demostró Neymar al tuitear #SomosTodosMacacos en apoyo de su compañero del Barcelona. Los 10.4 millones de tuiteros que siguen a Neymar se encargaron de potenciar el mensaje contra la xenofobia en el que el astro brasileño, en una fotografía, aparece con su hijo (de pelo rubio) comiendo plátanos. La foto misma revela un ejemplo del fenómeno transcultural en la conformación de las familias.
Bajo la idea de que, mientras se acerca la inauguración del Mundial, todo acontecimiento social puede y debe ser traducido al lenguaje del futbol, la presidenta de Brasil Dilma Rousseff ingresó a twitter a través de su teléfono celular para mostrar su apoyo a Dani Alves al calificar su reacción como “una respuesta osada y fuerte al racismo en el deporte”. El gesto de la presidenta puede resultar generoso; sin embargo, también obedece a una estrategia que desde tiempo atrás comenzó a articular.
Y lo hizo a raíz de las protestas masivas que miles de brasileños mantienen en contra de la celebración del Mundial. Imposible olvidar una frase contenida en una pancarta que un manifestante mostró durante la Copa Confederaciones celebrada en Brasil el verano pasado: “Brasil, despierta, un profesor vale más que Neymar”. Sandro Rosell, entonces presidente del Barcelona, seguramente se mordió la lengua ya que como supimos algunos meses después, encubrió el monto del fichaje de Neymar para impedir que su “consentido” Messi se enterara que su sueldo era inferior al de Neymar.
Pues bien, Rousseff aplica una diplomacia aterciopelada con los brasileños para evitar que los demonios los azucen durante la celebración del Mundial. Así que no pudo desaprovechar la postal de Dani Alves en el estadio El Madrigal. Un nuevo tuit de la mandataria dice: “O Brasil na #CopaDasCopas levanta a bandeira do combate à discriminação racial #CopaContraORacismo”.
En Brasil se interpreta el mejor teatro contemporáneo, el futbol.
El futbol es la máxima en el diccionario de los conceptos polisémicos: un termómetro confiable sobre el malestar social, la educación, el machismo, el alcoholismo, la intolerancia, pero sobre todo, es la tribuna lúdica global por excelencia. No son Davos ni el FMI los símbolos que mejor representan a la globalización, es el futbol.
No es la ONU la que gobierna al mundo, es la FIFA la que mejor controla las emociones globales; no es Obama quien escribe los tuits más conmovedores, es #SomosTodosMacacos la etiqueta que revela el potencial eficiente del mainstream; no es Crimea el foco de las invasiones transmodernas, son las sedes inconclusas de Brasil las que invaden de críticas al país en el que todo bebé lleva bajo el brazo un balón de futbol; no sólo las elecciones europeas tendrán en su agenda a la xenofobia incontrolable, es el Mundial el mejor teatro bélico sin armas; no son las contradicciones ideológicas las que hacen ganadora a una fórmula política, son los oximorones del balón los que revelan la miseria humana. Pensemos, por ejemplo, en la reacción de Pelé después de que dos albañiles murieron durante la construcción de un estadio: son actos “normales”.
Dilma Rousseff siente que el verano del balón podría representar a la primavera árabe. Los gastos en los preparativos ya superan al monto acumulado de los dos últimos mundiales y las atmósferas de las favelas van carcomiendo sigilosamente al cuerpo general de Brasil.
Nadie pensaba que el futbol en Brasil podría detonar conflictos sociales; pero la Primavera Árabe nos demostró que el cambio climático inicia con una escena “mundana”. En Túnez, un vendedor ambulante, agredido por la policía, detonó la caída del régimen. En Brasil, el incremento en el precio del transporte público provocó el nacimiento de una correlación meses atrás inimaginable: la festividad del futbol genera malestar social. Oxímoron transmoderno del Verano del Balón.