Hace unos 20 años cuando comenzaban las obras del metro en Iztapalapa, en la Ciudad de México, viajaba yo en un microbús. Llevábamos no menos de media hora detenidos en el tráfico y el chofer ya había desviado su ruta en varias ocasiones. Subió un pasajero y le preguntó ¿Por dónde se va? La respuesta del chofer causó la risa de todos los pasajeros, Por dónde se pueda.

 

 

¿Cuál es el peor congestionamiento que han vivido? A estas alturas ya no sé cuál es el peor que yo he vivido. Recuerdo varios días caóticos, producto de la lluvia, otros producto de manifestaciones, otros por obras; en uno hubo inundaciones (cuando duran pocas horas la autoridad les llama pomposamente Encharcamientos), en el otro un camión se estrelló contra un puente peatonal y lo derribó, en otro hice 150 minutos para un tramo de 50 y llegué tarde a aplicar un examen. También recuerdo haber permanecido 2 horas formado para pagar alguna caseta en la Autopista de Querétaro. Como habitante de una gran ciudad, los traslados de tres horas ya no me resultan extraños.

 

 

¿Qué tiene que ocurrir para que alguien se baje del coche? Generalmente no estamos dispuestos a convivir con fritangas, con transbordos, con múltiples pagos (así sean bajos), con groserías de los choferes, con asientos rotos, con inseguridad, con incertidumbre (¿Tienen las ciudades mexicanas buenos mapas de su red de transporte?), con banquetas rotas y angostas … pero tampoco entusiasma la idea de vivir cada vez más tiempo atorados en el tráfico.

 

 

En las ciudades mexicanas cada vez se depende más del auto, la infraestructura peatonal es mínima e incómoda, la inseguridad lleva a la clase media hacia la burbuja del automóvil y los retos para no usar vehículos motorizados son cada vez mayores. Todo se traduce en un círculo vicioso. Las ciudades se hacen más inseguras conforme tienen menos actividad al nivel de banqueta y la gente busca con más desesperación encerrarse entre su casa, su coche, su centro comercial, sin hacer ciudad.

 

 

El claxon ya no sirve para anticipar una emergencia o alertar a un conductor distraido. El claxon es como un punching bag, una fuga del estrés -también un timbre-, un mecanismo de reclamo y discusión ente las fieras metálicas. Con las calles vacías (¿Qué tal un primero de enero a las 8 de la mañana?) el claxon no existe. Con las calles llenas ganamos una orquesta desafinada.

 

 

¿Dónde o cómo empieza el cambio? Geográficamente no lo sé, pero no tengo la menor duda de que el cambio comienza con la cesión de algo y en concreto me parece que es con la cesión del espacio físico principalmente. Las grandes ciudades enfrentan congestionamientos en los que la velocidad del automóvil es inferior a los 15 km/h, lo que significa que la bicicleta iría más rápida. Si el autobús tiene carril exclusivo ocurre lo mismo. ¿Por qué no ir cediendo el espacio a estos vehículos en los corredores más congestionados? Cualquier respuesta en contra de esta idea, por favor considere el número de personas beneficiadas y no el de vehículos.

 

 

Lamentablemente la ruta de nuestras ciudades ha sido hacia una mejor movilidad de los vehículos no de las personas. El giro de rumbo comienza, pero los convencidos aún tenemos mucho por andar para que vivamos en ciudades cada día mejores y no cada día peores.

 

 

* Especialista en políticas públicas de movilidad