Viena. Cuerpos retorcidos, grotescos, de colores imposibles. La pintora austríaca Maria Lassnig, que falleció hoy en Viena a los 94 años, utilizó la figura humana, la suya propia, como puente de expresión del existencialismo y de la conciencia de ser.

 

“Comienzo con una experiencia corporal. Entonces llegan las preguntas existenciales: El Hospital. La naturaleza maltratada por las personas. La guerra. Pinto la suma de mis estados”, describía la artista su pintura, como recuerda hoy el diario austríaco Der Standard al informar sobre su muerte.

 

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Lassnig, nacida en la región austríaca de Carintia en 1919, llamó a su forma de pintar la “consciencia del propio cuerpo”, en el que la inspiración surge de las propias sensaciones físicas y se trasladan luego al lienzo.

 

En sus numerosos cuadros y autorretratos aparecen figuras deformes o a las que faltan algún miembro, en función de ese origen sensorial de la obra.

 

Una forma de pintar que ya en los años 1940 fue vista como degenerada y desnaturalizado por los nazis, hasta el punto de que tuvo que abandonar su clase en la Academia de Artes Plásticas de Viena.

 

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El arte de Lassnig se alimentó de la abstracción, del surrealismo, como el del escritor Andre Breton, al que conoció en París, y de técnicas de animación con la que comenzó a experimentar en Nueva York, adonde se trasladó en 1968.

 

El reconocimiento en su propio país comenzó cuando regresó a Austria en 1980.

 

Comenzó a ejercer de profesora en la Escuela de Artes Aplicadas de Viena, convirtiéndose en la primera mujer en lograr ese puesto, y en 1980 representó a su país en la Bienal de Arte de Venecia.

 

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Premios como el del Estado austríaco o el Oscar Kokoschka confirmaron esa reconciliación con la cultura en su país.

 

En 2013, la Bienal de Venecia le concedió el León de Oro en reconocimiento a toda su carrera, un galardón que no pudo recoger en persona por su delicado estado de salud y que aceptó criticando su tardanza.

 

“Después de 70 años con el arte, con muchas privaciones y necesidades, tras muchas exposiciones y éxitos, que llegaron tarde, debo ahora recibir este gran premio, lo que para mi ya no es posible en persona”, señaló en el discurso que hizo leer en la ceremonia.

 

En sus últimos años de trabajo, otros temas se añadieron a sus estudios corporales, como los que representan escenas de violencia o dominación masculina, y sus cuadros alcanzaron precios sólo asequibles por museos o grandes coleccionistas.

 

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Activa e inconformista hasta el final (“Nunca he sido joven. Y ahora no soy mayor”, dijo al cumplir los 90 años) se sintió poco reconocida, aunque sus cuadros se han expuestos en las grandes capitales del arte.

 

Hasta finales de este mes, setenta de sus obras se pueden ver en una exposición organizada por el MOMA de Nueva York.