Miss Susie escribió un texto en el pizarrón frontal del salón. Luego pasó al pizarrón lateral, lo llenó igualmente. Esperó un tiempo razonable y antes de borrar preguntó si todos habían terminado de copiar. Cuando consideró prudente, preguntó a los niños de primero de primaria si estaban listos para que borrara y escribiera otro texto encima. Un niño pidió más tiempo. Susana Madrigal Overhage le dio unos minutos y volvió a preguntar si podía borrar. El mismo niño seguía atrasado. Fue hasta su lugar y se dio cuenta que apenas había copiado tres líneas. Lo pasó al frente, mirando al pizarrón. Le bajó los pantalones. Le bajó los calzones. Tomó una regla de madera de un metro de largo y lo humilló delante de sus 53 compañeros con tan sólo un golpe.

 

Pasaron los años y la anécdota de la maestra que en 1978 había azotado a Roberto seguía detonando las burlas de sus compañeros. ¿Habrá llegado la anécdota a la dirección del Instituto México? No lo sé, pero a casa de Roberto la historia llegó demasiado tarde, por un sentimiento de culpa, cuando ya era un adulto.

 

Después de la muerte de Héctor Alejandro Méndez, víctima de bullying, reflexiono sobre ¿cuál será la mejor política pública para evitar el bullying? Tengo claro que esa política no está sucediendo, cualquiera que tenga que ser, y las iniciativas legislativas que están siendo desempolvadas podrían tampoco ser el camino correcto, dada la costumbre legislativa de no buscar la causa raíz.

 

La comunicación de los niños con sus allegados es fundamental para defenderlos de posibles amenazas como el bullying o el abuso sexual. Las campañas de prevención destacan, sin duda, el elemento comunicativo. Sin embargo, me parece que no estamos haciendo nada para enfrentar la causa raíz del bullying. ¿Qué fue lo que motivó a Miss Susie a que en una escuela con prestigio y una época en la que ya no se pegaba a los alumnos golpeara y humillara a uno?

 

La pedagogía va evolucionando, sin duda. Me refiero no sólo a que la relación del maestro con un niño profundamente distraído hoy debe pasar por métodos distintos y valoraciones psicológica y médica (en mi caso, había miopía sin anteojos). Debo haber desesperado a la profesora Madrigal. Ella debió haber pensado que un buen reglazo habría bastado para que yo despertara. Jamás le pasó por la cabeza que eso detonaría el bullying de mis compañeros durante los siguientes cuatro años (hasta que en quinto de primaria me dio por liarme a golpes de vez en cuando, lo que me generó respeto). La palabra bullying no estaba en nuestro léxico.

 

Todo esto me lleva a un punto: el respeto a la diferencia. El Distrito Federal ha dado pasos adelante para el trato igualitario a preferencias sexuales distintas a la heterosexual, pero me parece que aún debemos andar mucho en este terreno, más aún en el resto del país. Recién un periodista se vistió de huichol para relatar las reacciones de la gente ante su presencia en Polanco y en tiendas de lujo… incomodidad, indiferencia y pavor.

 

Somos un país en el que reclamar se juzga: el que dedica tiempo a denunciar no sólo enfrenta la indiferencia de la autoridad, sino el juicio de los que creen que perdió su tiempo. Reclamar al que se estaciona en la banqueta o en un lugar reservado a personas con discapacidad es estéril, y los infractores se burlan del que lo hace. Valoramos lo convencional y censuramos la diferencia; y al final somos una sociedad presa del bullying de los políticos y las grandes empresas.

 

¿Y si nos forzamos a ser incluyentes? Algo me dice que el mejor combate al bullying está por ahí. No sé si tengamos que generar acciones afirmativas, campañas o simplemente exhortar a que las distintas formas de ser convivan de manera armónica y no que tengamos niños rubios discriminados en escuelas públicas, y niños indígenas discriminados en escuelas privadas.