NATAL, Brasil.- Dioses de dos ardores: árbol y jalapeño. Imagine recorrer más de siete mil kilómetros desde la capital de la República Mexicana hasta Natal y lo primero que hace al llegar, y rentar un auto para transportarse, es escoger una combi; pintarle en las ventanillas leyendas como: “1000 por ciento guapo”, “Neza México presente”; “Ruta 69”, “Tepito te saluda”, entre otras, con un lustrador para calzado color blanco, muy al estilo de los microbuseros defeños.

 

Hay personajes que merecen quedar plasmados en papel; sobre todo si en el mote llevan un pomposo: “Súper Chile”, padre e hijo. Es el placer por convertir por un pedazo de tiempo a Natal en la añorada ciudad capital. Cosas del Chilango, recuerdos imborrables del Jamaicón Villegas, aquel ídolo del chiverío que lloraba por sus chalupas y frijoles en un Mundial de futbol.

 

Y es que vaya que hay que tener valor para enfundarse en un traje de hule espuma que simulan músculos en todo el tórax, y en el pecho llevar como escudo un chile bigotón y con sombrero. Verde el del padre, rojo el del primogénito; y en la cajuela un penacho, al más puro estilo del emperador Moctezuma; con la virgen coronada en un lado, y con la bandera verde brasileña por el otro: 14 kilogramos de plástico y plumas que irán sobre la testa, y antes viajaron, como cualquiera, en clase turista.

 

A algunos nos gusta más ocultarlo, y preferimos guardarnos en las anécdotas taciturnas aquello de que pedimos limón sin no importar si tenemos enfrente un caldoso plato de Vatapá (Puré espeso preparado con camarones, leche de coco y pan), o un Acarajé (bollo preparado con feijao fradinho y camarones).

 

Por eso cuando el Súper Chile llega con hijo y flotilla de cinco compinches a la Arena das Dunas entre gritos de “súbale, súbale; ruta 69 hasta donde el cuerpo quiebre”, la sonrisa no es tan involuntaria; el DF suena muy cercano, a una combi de distancia.