Lo que nadie puede discutir, apuntan los observadores políticos objetivos e imparciales es que el presidente Enrique Peña Nieto ha conseguido en el tiempo que lleva gobernando, acabar con la “parálisis legislativa” en la que llevábamos dos sexenios y medio. Y lo hizo, al parecer, sin importarle el costo político.

Pero ¿Qué ha ganado y qué podría perder Peña Nieto con esta trascendente decisión? Lo que ha ganado está a la vista de todos: Peña pasará a las páginas de la historia de México como “el gran reformador del Siglo XXI”. Nada más. Él mismo reconoce que en su sexenio no se verán los beneficios de las reformas, lo que parece no importarle. También ha dicho que nunca propuso las reformas pensando en una rentabilidad política, lo cual hay que aplaudirle.

Lo que sin duda alguna tiene muy presente el presidente Peña, es que en estos casi 19 meses “desató los demonios”: La desilusión y el castigo. Ambos jugarán un papel relevante en las elecciones intermedias, y probablemente en 2018. Por más que los analistas oficiales y oficiosos (públicos y privados) insistan en que la recuperación económica está a la vuelta de la esquina, que ya pasó el estancamiento, la recesión y otros males, la realidad es que la población en general está viviendo nuevamente el sentimiento de la desilusión; y sin duda, está pensando en el castigo, como ocurrió en 1997. Eso es lo que podría perder Peña.

Existe desilusión en aquellos mexicanos que anhelaban el regreso del tricolor; creían que el “Nuevo PRI del Siglo XXI” acabaría rápidamente con la inseguridad; que crearía millones de empleos; que el “bienestar para la familia” se reflejaría en los bolsillos de todos los mexicanos y no sólo en los discursos y declaraciones de los funcionarios del gobierno. Y “el gozo se fue al pozo”. Por otro lado, está el castigo del sector empresarial, que siente que en las decisiones importantes de la actual administración “ni los han visto, ni los han oído”, por lo que están dispuestos

a hacer sentir su fuerza al PRI-Gobierno. A esos y a otros “demonios sueltos” el PRI se va a enfrentar en las elecciones de 2015.

Los analistas bisoños dicen que el PAN está dividido, lo cual es cierto. Y que el PRD está fracturado, lo que también es verdad, y argumentan que por eso el PRI arrasará en las intermedias. Se les olvida, sin embargo, que el PRD, por ejemplo, no había vuelto a tener una bandera política como la que hoy enarbola: La Defensa del Petróleo. Demagógica, engañosa, absurda… pero al fin bandera. El PAN, con “Maderito” al frente, tal vez está medio tieso, pero no muerto. “Not yet”.

En 2015 el riesgo para el presidente Enrique Peña Nieto será “no perder el poder por haber hecho las reformas”; pero podría empezar a perder el partido, como le pasó a Ernesto Zedillo por otras causas, y en 2018 podría perder el poder, apuntan los agoreros.

¿Qué podría cambiar el escenario político del PRI en 2015? ¿Cómo podría el PRI-Gobierno exorcizar a esos “demonios”? ¿Qué debe hacer para no perder el partido en las elecciones intermedias?

Dos cosas: Una, salir de la mediocridad económica en la que hemos estado durante los últimos 30 años, y para ello la única manera es crecer aceleradamente, no al 2, ni al 3, ni al 4% del PIB, sino más allá. Dos, que las “estrategias mayores”, coordinadas, espectaculares… para combatir la delincuencia en Michoacán, Guerrero, Tamaulipas, Morelos, Nuevo León, Coahuila, Estado de México, Distrito Federal… den resultados importantes, o al menos tangibles; no “bajas sensibles”, ni “reducirla a su mínima expresión”, ni mucho menos imperceptibles.

El único problemita, o problemón, como quiera verse, que tiene el PRI-Gobierno, es que esas dos cosas las deben hacer en los próximos nueve meses, es decir, 90 días antes de las elecciones del próximo año, que ahora serán en junio. ¿Y por qué no en un año? Preguntan los analistas bisoños. Ah, pues porque necesitaría por lo menos tres meses para presumir los logros.

Sin lugar a dudas, el presidente Enrique Peña Nieto siempre pensó que las reformas estructurales y transformadoras iban a tener un alto costo político. Pero como estadista, también seguramente pensó que habría que pagarlo. ¡Vamos a ver, vamos a ver!