En el probable caso de que el partido del presidente Enrique Peña Nieto pierda en las elecciones de 2015 -como le ocurrió a Ernesto Zedillo Ponce de León en las intermedias de 1997-, y se ponga en riesgo la presidencial de 2018, como también le pasó a aquél, los observadores políticos se preguntan: ¿Qué explicación le daría a los dos visibles delfines que sueñan con “ponerse la verde, blanco y rojo”, o lo que es lo mismo, la banda presidencial?
Bueno, antes de responder esta pregunta los observadores políticos reflexionan sobre este importante asunto de los dos delfines que, dicho sea de paso, están tratando de demostrar, cada quien por su lado, quién está mejor capacitado, quién tiene más influencia, domina mejor el balón y es más hábil para las suertes políticas. Y apuntan:
Ninguno de los muchos presidentes de la época dorada del viejo PRI del siglo XX cometió la insensatez de comenzar el sexenio con dos delfines abiertamente destapados, como lo está haciendo el actual inquilino de Los Pinos, agregan los susodichos observadores. No ha habido un solo caso, uno, en que los delfines tempraneros hayan sobrevivido al desgaste natural del ejercicio del poder y de los ataques de enemigos y “amigos”. Si revisamos los antecedentes, aunque sea brevemente, podríamos confirmar lo anterior.
Todavía en épocas del PRI, el bajacaliforniano Ernesto Zedillo (1994-2000) vio cómo los priistas de su tiempo le cerraron el paso a la posible candidatura presidencial de Guillermo Ortiz Martínez para el sexenio 2000-2006, y después de ese fracaso frente a la mafia tricolor (delincuencia organizada, según MAM) se alejó del partido y proclamó la “sana distancia”.
El chilango Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) no mostró su juego sino hasta la mitad del sexenio y entonces comenzó a construir, paso a paso, la candidatura presidencial de Luis Donaldo Colosio, a quien hizo candidato del PRI… pero una bala acabó con la vida del heredero, y la sucesión se le salió de las manos al
presidente de la República, que ya no tuvo candidato propio y se vio forzado a aceptar al doctor Zedillo, quien ya como presidente de la República le hizo ver su suerte al antecesor hasta empujarlo al autoexilio.
El colimense Miguel de la Madrid (1982-1988) fabricó a la vista de todos a un delfín destapado (y descobijado): Alfredo del Mazo (el hermano que nunca tuvo), al que hicieron pomada sus adversarios; pero al mismo tiempo, alimentó la candidatura -en las sombras de la alta burocracia- de un delfín tapado, Carlos Salinas de Gortari, que finalmente se alzaría con el triunfo para encabezar el sexenio 1988-1994.
El chilango José López Portillo (1976-1982), protagónico y megalómano, no le dio juego a nadie, y fue hasta el quinto año de su sexenio cuando comenzó a dar señales que apuntaban hacia Javier García Paniagua, pero… el verdadero delfín oculto era Miguel de la Madrid, tecnócrata que dejó tirados a orillas del camino a los políticos, aunque él se consideraba a sí mismo como un político.
El chilango Luis Echeverría (1970-1976) alimentó en forma perversa las ambiciones y las esperanzas de Mario Moya Palencia y de sus numerosos seguidores, hasta convertirlo en el delfín cuasi indiscutible. Sin embargo, la candidatura presidencial priista no fue para ese ingenuo pseudo-delfín, sino para José López Portillo, amigo de toda la vida del mandatario del lema “Arriba y Adelante”.
El poblano Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970) tan perverso o más que su sucesor, hizo crecer la dizque precandidatura de Emilio Martínez Manatou, mientras que el delfín de verdad -Luis Echeverría- navegaba con bandera discreta y silenciosa haciendo buena la frase mil veces repetida entre los integrantes de la clase política mexicana: “La Secretaría de Gobernación no debe verse ni oírse, debe sentirse”.
El mexiquense Adolfo López Mateos (1958-1964) nunca dio señales que permitieran saber quién sería el candidato presidencial priista al que heredaría el cargo. Sin embargo, al final de su sexenio, aquejado por una grave enfermedad -aneurisma cerebral- que casi lo imposibilitaba físicamente y que le causaría la muerte pocos años después, López Mateos entregó a su secretario de
Gobernación las riendas del país y hasta entonces quedó claro que el siguiente presidente de la República sería Díaz Ordaz.
El veracruzano Adolfo Ruiz Cortines (1952-1958), marrullero y sagaz como buen jugador de dominó que era el que muchos califican hoy como un viejo zorro sabio de la política, hizo que todas las miradas se volvieran hacia Gilberto Flores Muñoz, “El pollo”, como el seguro delfín y sucesor de su entrañable amigo. Pero la amistad no siempre es el factor más importante en el juego de la política, por lo que el dedo ruizcortinista apuntó a la hora buena en dirección de otro Adolfo: López Mateos.
¡Y aún hay más! Como diría aquél.
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