La lista de los delfines a la que nos referíamos en el comentario de ayer, podría incluir a los demás presidentes de la época sexenal: El michoacano Lázaro Cárdenas del Río (1934-1940), el poblano Manuel Ávila Camacho (1940-1946) y el veracruzano Miguel Alemán Valdés (1946-1952). Todos los de la “talis” de ayer y de hoy, sin excepción, tuvieron el cuidado de no construir delfinatos desde el principio de su administración, y menos por partida doble.
Aunque hay que decir que Miguel Alemán estuvo a punto de hacerlo, porque su secretario de Gobernación, Héctor Pérez Martínez, parecía el sucesor perfecto. Así lo creyó la clase política y tal vez el propio presidente Alemán, pero don Héctor falleció apenas iniciado el sexenio. Pérez Martínez fue sustituido en el cargo por el discreto Adolfo Ruiz Cortines, por quien los políticos de entonces no daban cinco centavos. Y resultó el elegido del dedo divino.
En lo que corresponde a Lázaro Cárdenas, no le dio alas a nadie, aunque Francisco J. Múgica creyó que lo sucedería en la presidencia. El “Tata” de Jiquilpan se inclinó por Manuel Ávila Camacho, quien a su vez mató las ilusiones de su hermano Maximino -que se sentía presidenciable- y designó a Miguel Alemán.
Y nada más por no dejar, en la “docena trágica del PAN” el michoacano Felipe Calderón (2006-2012) abrió sus cartas desde el principio y colocó a Juan Camilo Mouriño en la antesala de la candidatura presidencial del PAN para el sexenio 2012-2018, y ya sabemos que un accidente de aviación terminó con la vida de su amigo y colaborador y con las esperanzas del “hijo desobediente”, que jamás logró recuperarse de esa pérdida (del manso corderito convertido en delfín fallido mejor no hablemos).
El guanajuatense Vicente Fox (2000-2006) creyó que podría entregar la banda presidencial a Santiago Creel, pero se le atravesó en el camino el que después se
autocalificó como “el candidato de las manos limpias”… y hasta ahí llegó el sueño del hombre de las botas.
Salvo error u omisión de los historiadores políticos, lo anterior demuestra que ningún presidente de la República cometió el despropósito de abrir, desde el principio del sexenio, el juego de la sucesión con dos delfines, dos. Lo está haciendo Enrique Peña Nieto y es una equivocación que podría costarle muy cara.
Claro que también cabe la posibilidad de que el verdadero delfín presidencial esté convenientemente oculto, y que los secretarios Luis Videgaray Caso y Miguel Ángel Osorio Chong no sean más que pseudo-delfines temporales destinados al desgaste y al golpeteo, o de plano a la hoguera, cuando el presidente de la República así lo estime conveniente; es decir, cuando él crea que el sacrificio de sus colaboradores estelares sea una medida política justa y necesaria. Si así fuera, entonces hay que preguntarse: ¿Quién sería el verdadero delfín? Para responderla habría que esperar los resultados de la elección del 2015, y después los reacomodos en el equipo del presidente Peña Nieto.
AGENDA PREVIA
Merecida la condecoración Caballero de la Orden Orange-Nassau que otorgó la embajada de Holanda en México al ingeniero Javier Delgado, ex director del Fondo de Capitalización e Inversión Rural (FOCIR), una de las instituciones de la “banca del subdesarrollo”. Merecida, porque en su larga trayectoria dentro del gobierno Federal, Delgado fue un importante promotor de negocios comerciales y agroindustriales entre México y los Países Bajos. De esta relación surgió en nuestro país el sistema de centros de acopio (“clusters”) que a través de una economía de escala hacen más productivas a las empresas agroindustriales. Cosas de la vida, el ingeniero Delgado nunca recibió de su propio gobierno un reconocimiento a su importante labor, por el contrario, hace dos meses y medio (31 de marzo para ser precisos) le mandaron decir con un funcionario de tercer nivel de la Secretaría de Hacienda, de la cual dependen las instituciones de la “banca del subdesarrollo”, que entregara su renuncia. Así, sin explicación alguna. ¡Pues es que no era “itamita”, y menos “amigo”! Exclaman los malosos.