Hace ya una buena cantidad de años y siendo responsable de la información de negocios de un diario nacional, uno de los directores corporativos de una gran empresa del país me dijo que estaba cansado de ser víctima del chantaje de uno de los columnistas del diario en el que yo laboraba y me pedía que “parara el asunto”.
Indagando un poco más con el mismo directivo en aquella conversación, supe que durante un buen tiempo la empresa en cuestión le había entregado importantes cantidades de dinero y de regalos al columnista para que éste “no se metiera” con los asuntos de la empresa.
Transcurrido un buen tiempo la empresa ya no estaba dispuesta -o ya no le convenía- seguir sobornando al periodista, así que aquella conversación a la que se me había convocado tenía como finalidad que “ayudara a detener la extorsión del columnista”, según me dijo aquel directivo en sus propias palabras.
Lamentablemente, en estos últimos 26 años, éste no ha sido el único caso de corrupción que he conocido de cerca en la relación que se establece entre directivos empresariales y periodistas que cubren estos temas. ¡Qué va! Más bien diría con tristeza -y con conocimiento de causa lo digo- que los actos de corrupción en este ámbito en el país son una divisa de cambio alentada y aceptada a la callada por periodistas, empresarios y directivos de medios.
La corrupción enquistada en los sectores públicos y privados es el cáncer de nuestras instituciones; la que ha minado la confianza y elevado los costos de nuestros intercambios en los más diversos ámbitos de la vida social. Es la inflación producto del deterioro de los acuerdos sociales y de la ausencia del cumplimiento de las reglas establecidas.
Traigo este asunto a cuento porque el fin de semana pasado llamó la atención una propuesta que hizo el líder de los empresarios del país, Gerardo Gutiérrez Candiani. Allí el presidente del Consejo Coordinador Empresarial hizo un llamado a combatir frontalmente la corrupción.
Con similitudes con aquel discurso político de “renovación moral de la sociedad” que enarboló el presidente Miguel de la Madrid, Gutiérrez Candiani dijo que “el combate a la corrupción tiene que ser bandera del México nuevo, para pasar de los escándalos a las sanciones; de una indignación nacional frente al abuso, al fraude y la impunidad, a una gran movilización por la renovación de la vida pública”. Y luego propuso “un
Compromiso Nacional de Cero Tolerancia a la Corrupción y la Impunidad, de todos y para todos los mexicanos; que construyamos, Gobierno y sociedad, una política nacional contra la corrupción, con una agenda clara de objetivos y responsabilidades para todos”. Vaya, toda una cruzada nacional contra la corrupción lanzada por los empresarios.
Suena bien como discurso público, pero me temo que con sus propuestas el líder empresarial está haciendo un enorme derroche de ingenuidad o de cinismo.
Combatir la corrupción pasa por construir instituciones fuertes al servicio de los intereses públicos, por cumplir y hacer cumplir las leyes establecidas sin distingos de ninguna especie o de favoritismos, por rendir cuentas de los recursos públicos, por sancionar los delitos sin dejar lugar a la impunidad, por combatir el rentismo político y económico que ha caracterizado históricamente a las relaciones de poder en nuestra sociedad.
Así, no se trata sólo de detener los chantajes en las ventanillas públicas, va mucho más allá si realmente se quiere construir una sociedad basada en el cumplimiento de las leyes.