En medio del barrio de Vila Belmiro hay una caja de bombones que recuerda al estadio Nemesio Díez. Al menos es la primera impresión que da al chilango que apenas da la vuelta sobre la Rua de la Princesa y encuentra esa caja blanca y negra monumental, enorme por la leyenda que guarda del mítico Rey Pelé. Es la caza obligada para el aficionado al futbol. Llegar hasta la casa del único monarca que tiene le futbol. El estadio Urbano Caldeira o si lo prefiere Estadio Vila Belmeiro, como lo prefiera, es el Estadio de Santos y huele a leyenda.
Por eso hay que darle la vuelta a la enorme manzana, admirar que de especial, como lo es el recinto de los diablos en el Estado de México, sólo tiene su historia que no habla, pero como se entraña en los libros de historia futbolística. El pretexto es llegar hasta su tienda, ubicada a un costado, casi en una esquina, en busca de una alba playera del Santos, lo más antigua que la mercadotecnia permita, con el solitario número 10 en negro en la espalda.
Y es que cómo explicar que estuviste en Santos y no llevar a chilangolandia una playera con la decena en la espalda. Cómo presumir que te diste una vuelta por la tierra del hombre que paralizó al mundo en un tiempo en que ni Facebook y Twitter sonaban más a cuentos orwellianos, y lo conocían desde El Cairo, hasta la Patagonia.
Entre los estantes aparecen varias playeras rayadas, tradicional blanca con negra, con la marca del patrocinio en las hombreras, con el espacio atrás listo para el 10; pero no huelen a viejo. Están hechas con tela de la última tecnología y una marca norteamericana las patrocina. Son del nuevo siglo y la playera perfecta tiene que ser algo austera, arcaica… Habrá que caminar por el centro de Santos, cerca de la ruta de su tranvía, lejos de la modernidad, en busca de la leyenda que por ahí haya quedado.