Amazon y Google entran al organismo humano para suplantar avenidas y cruceros importantes, como el sistema nervioso, por ejemplo. El objetivo de Android supera a la ya vieja escala de hacer las veces de una prótesis mental; desea ahorrarle esfuerzo al cerebro, y si se puede, pensar. Como sucede con La casa tomada de Julio Cortázar, Goolge va tomando la casa, los juegos, los relojes, los buscadores, los libreros y un cienciaficcionario etcétera.
En ocho de cada 10 smartphones y en seis de cada 10 tabletas, el cerebro de Google nos piensa; de la ruta automovilista más cómoda (generando series de investigación de operaciones, rutas críticas óptimas) a la sugerencia del restaurante de la Condesa, cruzando variables como costo, estética, moda y un cienciaficcionario etcétera.
De Amazon sobresale su algoritmo 1-click, sobre las pasarelas del IQ, es el más seductor; el brillante que siempre me envía alertas vinculadas al mal humor de Michel Houellebecq o Frédéric Beigbeder. No es cualquier algoritmo que asocia “novedad” con “venta”, asocia el ánimo personal con el trabajo de escritores.
De su cienciaficcionario etcétera surgen drones sustitutos de DHL y FedEx, y su juguete Simón dice (Amazon dash). Cuando Walmart o Zara se cuelgan medallas por sus mutaciones webianas, Amazon viaja a la nueva era de la distribución mimetizante de su propia naturaleza. Es decir, si Amazon nació ingrávido, la distribución física la recubre de ingravidez.
Desde Pakistán supimos de la existencia de los drones; aeroplanos dirigidos desde una cueva en el desierto de Arizona se encargan de enfocar a las víctimas que segundos después dejarán de existir. Edward Snowden le confesó a Glenn Greenwald su asombro por observar la vista de los drones. Ahora, el ángulo comercial podría ser explotado muy pronto por Amazon; saturando aves electrónicas en territorio libre de humanos; territorio ecológico habitado por aves no tecnologizadas.
Más allá de La casa tomada es El cuerpo tomado. La excitación por la innovación sume al ser humano en las redes sociales; lo marea. Sedado con elementos “orgánicos”, termina por retuitear su vida, sus miedos, sus no pasiones y sus mentiras. El cuerpo tomado se convertirá en la prueba fehaciente de la industrialización del pensamiento. En el mundo a.G. (antes de Google), el componente orwelliano provenía del sector político; en el mundo d.G. se han multiplicado los componentes. El marketing encontró en la revolución tecnológica su principal catalizador. En el siglo pasado la publicidad hizo las veces del acompañante omnipresente de los consumidores. El cerco mediático contemplaba lugares puntuales: televisión, radio, prensa y cine. La capacidad de persuasión estaba centralizada en las máquinas de ideas publicitarias.
Eso fue historia. Ahora, el marketing es mucho más estético por lúdico; es sencillo y sigiloso; no es barroco por grotesco. Nos piensa sin pensar en él. De ahí el homenaje a Mad Men. La publicidad flotaba por la creatividad pero en el fondo sabíamos que nos mentían; que la ficción sí tenía una frontera gracias a la racionalidad económica. Hoy, no existe tal frontera. Si el No logo de Naomi Klein representó al antiguo testamento publicitario, el 1-click de Jeff Bezos se ha convertido en el nuevo testamento del marketing del tiempo real.
Android ha calado en el organismo humano. Sobre el terreno competitivo, Google intenta impedir que sus usuarios escapen de su ecosistema.
Todos los dispositivos Android interactúan en aplicaciones e interfaces desdobladas en el cuerpo humano. Es lo más cómodo. “Si usted es dueño de un teléfono Android, tendrá sentido comprar un reloj, un televisor o un coche equipados con Android”, mencionó Brian Blau, analista de Gartner al periódico Le Monde (26 de junio de 2014). Otra de las pruebas fehacientes que el homo android comienza a sustituir al homo videns.
Hace un par de días, un grupo de anticuarios de la política, en Francia, decidieron impedir que Amazon le entre al tema de las ofertas debido a que el impacto en la industria del libro tangible sería demoledor. Prueba anti cienciaficcionario etcétera con la que tratan de impedir que se consume el último capítulo de la era industrial. Su nivel de costos se lo permite transfiriendo un beneficio a los lectores del Kindle.
El pleito frente al tiempo cederá, paulatinamente. La victoria del homo Android es incuestionable a menos que entes supranacionales envíen drones para atacar al cerebro del homo android.
Veremos.