Inicia un nuevo capítulo de confrontación entre la Unión Europea y Reino Unido; particularmente, entre Jean-Claude Juncker y David Cameron.
El mayo del 14 no fue el mayo del 68. Hace dos meses los eurófobos asaltaron el Parlamento Europeo, y con ellos, la agenda de Cameron logró colarse.
En muchas ocasiones la agenda doméstica no embona con la agenda europea. Pero al referirnos al Reino Unido resulta más difícil. Veamos.
El ascenso del Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP) ha debilitado a los tories durante los últimos meses; el trasvase de votos del partido de Cameron a la formación ultraderechista ha obligado al premier británico a romper con las simetrías entre las políticas de su país con las comunitarias. Cameron ha decidido estirar la liga ideológica hasta llegar a la extrema derecha en temas como el de migración.
Cameron lo dijo hace ocho semanas: si Juncker llega a la presidencia de la Comisión Europea, será lo peor que le puede pasar a la Unión Europea. El ruido de sables se formalizó, y el pasado martes se materializó.
El Parlamento Europeo aprobó, como se esperaba, el nombramiento de Jean-Claude Juncker como el próximo presidente de la Comisión Europea (CE), la institución más importante entre las que conforman la arquitectura comunitaria.
Abriendo un paréntesis, en México no es fácil imaginar el alcance que tiene la Comisión Europea. Por ejemplo, por unos minutos pensemos que la Alianza del Pacífico, integrada por Colombia, Chile, Perú y México, se convierta en un modelo idéntico al de la Unión Europea, y que una de sus instituciones comunes, similar a la Comisión Europea le diga a la Secretaria de Salud dependiente del gobierno del presidente Peña Nieto que a partir de octubre, la empresa Bimbo tiene que disminuir los niveles de azúcar en la producción de pastelillos Marinela.
O que el comisario de Competencia, de nacionalidad colombiana, le imponga una medida al gobierno mexicano, en la figura del secretario de Telecomunicaciones, en el sentido del desmantelamiento del mercado de la televisión abierta por cuestiones monopólicas.
¿Qué ocurriría si un comisario instalado en una oficina en Lima, Perú, decidiera eliminar ciertas marcas de bebidas que vende Oxxo?
¿Qué pasaría? Muy sencillo, todos los días habría proclamas de niños héroes en contra de un robo a la soberanía; López Obrador llamaría a la insurrección pacífica, es decir, cerraría avenidas y calles para protestar por las imposiciones de extranjeros. Malditos extranjeros, diría. Todo comenzó con el neoliberalismo de Salinas y su Tratado de Libre Comercio con América del Norte. Cierro paréntesis.
Pues bien, para David Cameron, la Comisión Europea le está quitando facultades a su gobierno; poco a poco, según el premier, Reino Unido muta a un estado anémico. Por lo tanto, con Juncker como presidente de la Comisión Europea, Cameron se convertirá en el anti europeísta número uno.
Ya lanzó la temeraria promesa de convocar un referéndum para que los británicos decidan si quieren o no permanecer en la Unión Europea; claro, en la promesa aparece una etiqueta: siempre y cuando obtenga la reelección. Si así fuera, el referéndum lo haría en 2017.
Cameron se adhiere a las proclamas del UKIP como Sarkozy lo hizo con el Frente Nacional, hace dos años. El francés perdió la partida en contra de François Hollande. Sabemos que se gobierna con encuestas en mano. Las de Cameron le condicionan la victoria.
El martes, en el Parlamento de Estrasburgo, se oficializó la soledad de Cameron. Juncker se presentó como el personaje, que después de una cirugía estética, es irreconocible ante sus vecinos y amigos. En efecto, Juncker se distanció del político indolente que dirigió al Eurogrupo (formado por los 18 ministros de Hacienda de la zona euro) para convertirse en un ente empático: lo que se puede considerar una política keynesiana, Juncker prometió que abrirá la chequera hasta por tres mil 500 millones de euros, en tres años, para realizar inversiones públicas y privadas, incentivar el uso de la banda ancha, hacer crecer las interconexiones energéticas y mejorar la educación.
Juncker dejó el sillón del eurócrata dedicado a la economía para ubicarse en el sillón político más importante de la Unión Europea. Comprendió muy bien el mensaje de Marine Le Pen: los ciudadanos ya no confían en las instituciones europeas. También leyó el mensaje del primer ministro italiano, Mateo Renzzi: relajar las medidas fiscales. Juncker apostó por la unión entre izquierda y derecha, moderados. Es decir, Juncker formó un grupo para combatir a los eurófobos. En Estrasburgo les ganó por goliza: 422 votos a favor de su nombramiento frente a 250 que votaron en contra.
Ahora vendrá la reacción de Cameron. Por lo pronto, ya realizó un cambio a fondo en su gabinete. En el Foreign Office colocó a Philip Hammond, que estuvo al frente de Defensa y su principal rasgo es el anti europeísmo.