Desde distintos frentes se ha creado una campaña de apoyo a La Gran Familia y su líder, Rosa del Carmen Verduzco. En el ámbito político, intelectual, empresarial y deportivo crecen las manifestaciones de apoyo a Mamá Rosa, acusada de mantener en condiciones de hacinamiento y precariedad a más de 500 niños.
El ex presidente Vicente Fox y su esposa, Martha Sahagún, salieron en la defensa de la casa hogar de Zamora, Michoacán y han resaltado la generosidad de Verduzco, quien desde finales de la década de los cuarenta comenzó a rescatar a niños en condiciones de marginación y abandono.
Los historiadores Jean Meyer, Enrique y León Krauze, así como la periodista Lidia Cacho, coincidieron en que es una injusticia la detención de la señora de 78 años. El futbolista, Rafael Márquez, originario de Zamora, se solidarizó con Mamá Rosa. Incluso, en el pueblo michoacano se organizó una marcha para pedir su liberación.
Sin embargo, las condiciones en que más de 400 menores y 70 jóvenes mayores de edad viven en el albergue y las historias que ellos narran contrastan con las muestras de buena voluntad.
La vida entre ratas e insectos, los horarios inflexibles que los llevaban a sus “celdas” a las 5 de la tarde, los golpes, y demás vejaciones, son las historias que los famosos no han contado, que no han vivido.
Si le contaban a Mamá Rosa los abusos, incluso sexuales, ella respondía: “no me vengas aquí con tus chismes, no te creo nada”.
Foto: Jesús Villaseca
Años de sufrimiento
Un aroma a comida podrida y suciedad domina la calle, flanqueada por decenas de militares, policías federales y agentes de la PGR. El rastro del tufo sigue hasta una propiedad, en la cual, los frondosos árboles ocultan el interior donde generaciones de niños desde la década de los sesenta vivieron un infierno.
Desde el martes que el ejército tomó el control de La Gran Familia, decenas de camiones de volteo han sacado 22 toneladas de basura. Los años de desaseo hacen que la labor sea titánica, llevan tres días limpiando, pero apenas en los primeros metros, dentro del albergue, la ropa destrozada, pedazos de cartón, muebles viejos y fruta descompuesta, forman un cóctel que apilado da la bienvenida.
Conforme se avanza, el hedor penetra con más fuerza; en la planta baja del ala izquierda, un cuarto que funcionaba como bodega, aunque ya fue limpiada, conserva signos de que la mayoría de productos estaban en estado de descomposición.
Unos metros adelante se encuentran las regaderas, donde los menores eran obligados a bañarse diariamente entre restos de heces y orina, con un jabón que ellos llamaban de “ratita”, porque los guardaban en un cuarto atestado de roedores y cucarachas.
Un agente federal que participó en el operativo de rescate, y que habló en condición de anonimato, dijo que se encontraron dos bodegas: una con alimentos en descomposición y que era usada para alimentar a los menores, y otra repleta de galletas, jugos y latas sin abrir pero caducadas desde hace años, así como colchonetas, cobijas y muebles nuevos.
Relatan el horror
En la segunda planta están los dormitorios, dos edificios separan a hombres y mujeres, cada cuarto, cubierto de barrotes de hierro, de unos tres metros cuadrados, servía para que durmieran más de 40 niños.
Menores como José Luis, quien lleva siete años en el albergue y fue traído por sus tíos desde Querétaro, narró la rigurosidad con que La Jefa, como la conocen en Zamora, los trataba, prácticamente estaban como presidarios.
Las reglas eran levantarse a las 5:30 de la mañana, bañarse, asistir a improvisada escuela dentro del recinto, donde si no obedecían recibían tablazos. Cerca de las dos de la tarde llegaba la hora de comer, un plato de papas podridas y tortillas era suficiente. A más tardar a las cinco de la tarde eran encerrados en sus habitaciones.
Dentro del albergue existen 500 historias diferentes, pero todas, como la de Carlos, tienen algo en común: golpes, deficiente alimentación.
Ayer 24 HORAS entró al albergue, donde encerrados en sus “celdas”, a casi 30 grados, los menores pedían agua, uno de ellos es Luis, quién lleva 12 años en el albergue, tiene 15 y evoca que cuando acusaban a los empleados de Mamá Rosa de maltrato o abuso sexual, ella se reía y decía, “no me vengas aquí con tus chismes, no te creo nada”.
Por lo pronto, Rosa María Verduzco está internada en un hospital de Zamora, decenas de familias llegan al albergue en busca de sus hijos, se les realizan pruebas de ADN, pero no se les dice nada concreto sobre el futuro de los niños, mientras ellos, siguen tal cual estuvieran en una cárcel, custodiados por federales con armas largas.
Exige a Mamá Rosa le dé identidad
Las dos hijas de Víctor llevan el apellido de Mamá Rosa, pero no la conocen ni han pisado nunca el albergue La Gran Familia. El Verduzco es la herencia de su padre, quien llegó a la casa hogar a los seis meses y harto de los maltratos escapó a los 7 años.
El martes se enteró que el Ejército intervino la casa hogar en Zamora, y decidido salió de Guadalajara a tierras michoacanas.
De 54 años, piel endurecida por su trabajo como albañil, y cargando una bolsa de plástico, Víctor volvió 47 años después a La Gran Familia, con el objetivo de tener la identidad que se le ha negado.
Rosa María Verduzco lo acogió en su albergue a principios de los 60, lo registró como su hijo, y recuerda, que desde sus primeros años, la vida en el lugar ya “era un infierno”.
A él le tocó cuando el político Humberto Romero donó los terrenos, a sus cuatro años junto con otros 200 niños, relata, los obligaban a ayudar con las faenas de construcción.
“La comida que nos daban era como para animalitos, frijoles a medio cocer, cebollas con agua, sopa con agua sucia, yo me iba a pedir comida al centro, cuando me llegaban a encontrar, me encerraba la señora hasta seis meses”, contó a 24 HORAS.
Los rigurosos castigos incluían golpes con cables y encierros por meses en un cuarto al que quienes han estado internos le llaman El Pinocho.
Cuando pudo se escapó, estuvo escondido en una casa abandonada por dos días, con siete años llegó a Uruapan, su travesía continúo, trabajando en ferias, recorrió desde el puerto de Lázaro Cárdenas hasta Acapulco.
Ya como adulto regresó a pedir sus papeles a Mamá Rosa, pero “siempre que iba me decía, vete antes de que llame a la policía”.
Víctor carece de acta de nacimiento, credencial de elector o beneficios como seguridad social; el costo de no tener un documento que avale su identidad es prácticamente no existir.
Por eso, desde antes de que amaneciera llegó al albergue, en su bolsa negra y roída por el tiempo carga con las actas de nacimiento de sus dos hijas, también de apellido Verduzco y que son las únicas pruebas de que él alguna vez estuvo en ese albergue.
Le agradezco a Rosa Verduzco
Una madre que dejó a sus dos hijos de 9 y 11 años en el albergue por falta de condiciones económicas y por el grave problema de adicciones en que habían caído, reconoció que la intervención de Rosa Verduzco les cambió la vida.
“En lo que a mí respecta, le doy las gracias a la señora, mis hijos andaban mal, eran drogadictos, callejeros, y ahorita son hombres de bien”, manifestó.
Foto: Jesús Villaseca
En DIF de Zapopan los canalizó al albergue, cuando su hijo mayor cumplió 18 años salió de La Gran Familia y se llevó a su hermano, después de cinco años, cuenta su madre, “están bien, trabajan, incluso uno es mariachi por el violín que aprendió a tocar”.
Al tiempo que se realizaba la entrevista, otra señora le reclamaba que apoyará a Mamá Rosa, a lo que la madre contestó: “a mi qué mi importan las noticias, yo tuve dos hijos aquí y gracias a ella salieron adelante”.