Hay casos futboleros que inevitablemente acarrean polémica. En ese listado no tendría que incluirse el que tiene desatada toda una telenovela en torno al mundialista Alan Pulido.
Una de dos versiones: la primera, que terminó contrato y entonces puede irse a donde mejor le parezca (Olympiakos, Oporto o la Cochinchina); la segunda, que tiene vínculo vigente con Tigres (más allá de si éste resulta absurdo o poco generoso), lo cual lo hace depender del propietario de su carta para marcharse a otro destino. Bajo cualquier circunstancia, es imposible que sean verdaderas las dos posturas: o se tiene contrato o no.
Ahora trasciende que se protestará ante el Tribunal Deportivo (TAS) por la incongruencia de cobrar 50 mil pesos mensuales (más primas), al tiempo que su cláusula de rescisión es de doce millones de dólares. Incongruente, sí, pero, más que por las cifras impuestas por Tigres, por la mala asesoría que pudo llevar al jugador a, de entrada, firmar un vínculo laboral bajo esas condiciones, y, de salida, pensar que podía escaparse gratis con un contrato vigente.
Antes de profundizar en el affaire Pulido, vale la pena mencionar que la cláusula de rescisión es un invento español que suele resultar muy práctico como variante adicional a los sueldos, primas y años de duración fijados en la negociación jugador-club. Se especifica una cifra que, de ser pagada por el jugador o algún equipo, anula en automático y de forma unilateral el contrato. Así se fue Luis Figo del Barcelona al Real Madrid, así se ha ido ahora Antoine Griezmann de la Real Sociedad al Atlético, así se fue Javi Martínez del Athletic al Bayern Múnich, así se amarran con candado anti-jeques futbolistas que podrían ser deseados por algún rival: si alguien quiere llevarse a Gareth Bale o Cristiano Ronaldo del Real Madrid ha de abonar mil millones de euros, ni más ni menos; en tanto, la cláusula para romper la ligación Lionel Messi-Barcelona es de 250 millones.
Normalmente, un futbolista admite que se eleve el monto de su rescisión, a cambio de un mayor sueldo. Así, imposibilita su eventual salida a donde le ofrezcan más, aunque a cambio de ingresar más en su actual equipo.
Lo de Alan Pulido ha sido sorprendente en tres etapas: la primera, al asegurar el futbolista que no tenía contrato (y dar por hecho su salto al Olympiakos griego); la segunda, al garantizar Tigres que éste sí existía; y la tercera, al publicarse las contrastantes cifras de su vínculo, al tiempo que el delantero abre litigios en varios frentes (con Tigres, con su viejo representante, con abogados, con la Liga Mx).
He dicho de entrada que este caso no tendría que implicar polémica alguna, si sólo existiera otro tipo de transparencia en nuestro futbol. En Europa, con muchos otros efectos al margen, queda perfectamente claro quién puede irse libre, a cambio de cuánto y cuándo. En México, estamos entre especulaciones, filtraciones de contratos, conflictos legales y un mar de incógnitas que, por lo pronto, tienden a congelar a un prometedor jugador: ¿por qué? Porque si posee contrato vigente, por esperanzadora que sea su carrera e injusto su sueldo, se tiene que quedar o esperar el beneplácito de Tigres. Ni más ni menos.
No es cuestión de justicia, sino de sentido común.
Los contratos están para cumplirse o para romperse bajo un acuerdo alcanzado por las dos partes…, y el acuerdo previo fue esa millonaria cláusula de rescisión, que ahora exige Tigres.
Hasta la siguiente entrega en esta novela de folletín.