La ciudad de Romeo y Julieta, los amantes eternos, será marco idóneo para la más inesperada etapa futbolística de un dilatado amante mexicano del balón: con 35 años cumplidos, Rafael Márquez jugará en la Serie A italiana.

 

Antes de profundizar en el Hellas Verona, club que lo ha contratado, es imprescindible rendir tributo a un jugador que hace año y medio, cuando llegó al León, era sólo considerado para la jubilación; leyenda en sus aparentes últimas gestas, que tres meses atrás propiciaba agrios debates respecto a la conveniencia de ser llevado a otra Copa del Mundo: ¿valía Márquez para Brasil 2014?, ¿y sus expulsiones?, ¿y su liderazgo?, ¿y su velocidad?

 

Temperamento, disciplina y vigencia, por entonces discutidos, fueron fundamentales para que a tan avanzada edad y con tantos kilómetros a cuestas, el michoacano brillara a proporción tal que un club de la máxima categoría del Calcio lo persiguiera.

 

Sin haber sido nunca específicamente rápido, se trata de un superdotado. Con capacidad intacta para desplazar el balón y generar juego desde su posición, para oler la acción y disfrazar lentitud con colocación, para disputar por alto balones y anticipar.

 

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En todo caso, mentiría todo quien afirmara (incluido el propio Rafa), que antes del Mundial vio venir esta oportunidad en la carrera del ex barcelonista.

 

Márquez ha vuelto a romper paradigmas. Así como al debutar con Atlas a los diecisiete años recién cumplidos. Así como al llegar a la selección mayor con dieciocho. Así como al renunciar al confort mexicano e irse al Mónaco con veinte. Así como al brincar a un grande como el Barcelona y mantenerse ahí por siete brillantes temporadas. Así como al resucitar con el León cuando dos aciagos años en el Red Bulls neoyorkino hacían entender que todo había terminado. Así como al meterse a su cuarto Mundial, en plena veteranía, y pelearlo con tamaña gallardía. De nuevo, Rafael refuta tópicos: ¿Que es difícil para un mexicano ser contratado en Europa? No para él, ni siquiera a un lustro de los cuarenta.

 

El Hellas de Verona, llamado así por el helenismo de sus fundadores (recordando que Grecia en griego se dice “Hellas”), está habituado a sufrir. Típico equipo yoyo, deambulando arriba y abajo entre las divisiones del balompié italiano. En todo caso, viene de su mejor campaña en catorce años tras haber finalizado décimo de la Serie A.

 

Como suele acontecer, sus principales talentos han debido ser vendidos. El brasileño Rómulo se ha marchado a la Juventus, así como el argentino Juan Manuel Iturbe ahora militará en la Roma. Queda un grupo compacto, muy bien dirigido por Andrea Mandorlini, quien tomó a la entidad en tercera categoría y la ha instalado en la mayor. La estrella es otro veterano, Luca Toni, delantero titular de la Italia campeona del mundo en 2006, quien se ganó el corazón veronese tras haber pasado antes por quince equipos.

 

Tal como relata el escritor británico Tim Parks, en el libro A season with Verona, se trata de una de las aficiones más fieles de Europa. Masa social que suele cargar con estereotipos de intolerancia y discriminación: “En la conciencia nacional italiana, si algo así existe, el noreste de Italia, y Verona en particular, es estigmatizado como irremediablemente racista (…) Las razones históricas para esta afirmación son muchas, de la relación regional con el imperio Austrohúngaro, a su vigoroso apoyo por el gobierno fascista de Saló (a cargo de Benito Mussolini y como títeres de la Alemania nazi en la parte final de la Segunda Guerra Mundial)”.

 

En cualquier caso, pasaron muchas temporadas antes de que el Hellas se atreviera a alinear futbolistas negros y no es raro que en su estadio se den conductas racistas, lo cual, como enfatiza Parks en su libro, ha dejado de representar a la mayoría y ya no ha de prestarse para generalizaciones.

 

El estadio Marcantonio Bentegodi, a tres kilómetros del balcón atribuido por William Shakespeare al romance entre Romeo y Julieta, es la nueva casa de Rafa Márquez.

 

Como dice un punto culminante de ésta, la más célebre historia de amor: “¡Mil veces adiós!”, acaso las enésimas veces que hemos pensado que Márquez se despedía de las canchas o de su rol estelar, sólo para verlo a los 35 años en la Serie A y tan vigente.

 

 

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