João Goulart Jango, gobernaba Brasil a principios de la década de los sesentas, durante su mandato adoptó medidas socialistas, como la reforma agraria masiva y otras en el sector de la salud y la educación destinadas a una campaña de alfabetización.
En 1964 un golpe militar comandado por el general Olímpio Mourão Filho instauró una dictadura como las que después establecerían Videla y Pinochet en Argentina y Chile respectivamente. Sumada a la ya en ese momento rancia dictadura de Alfredo Stroessner en Paraguay, más el golpe de estado en Uruguay a mediados de los setentas, que formaron en Sudamérica un bloque regímenes opresores.
A finales de los setentas, la dictadura no encontraba formas nuevas de mantener la estabilidad social, el descontento iba poco a poco en aumento, ya para los ochentas las primeras muestras de descontento social se hicieron públicas, para tratar de atenuar el régimen de João Baptista de Oliveira Figueiredo, tomó una decisión errónea, populista y desesperada.
El gobierno de facto avanzaba y se mantenía como podía, eran los inicios de los ochentas, Figueiredo decidió aumentar a 94 el número de clubes del campeonato de primera división en Brasil.
La economía estaba estancada, la pobreza carcomía a los brasileños y el futbol era lo único que abundaba.
Todo lo anterior fue el caldo de cultivo para un movimiento que desde las canchas de futbol, construyó la primera oposición masiva a la dictadura.
Era el año de 1981 cuando surge el movimiento Democracia Corinthiana, dirigida por un espigado jugador de 1.92 m, de pies pequeños: Sócrates, “soy el antiatleta” dijo alguna vez.
Proveniente de una familia donde las carencias eran el pan de cada día, el padre nombró a sus hijos como tres filósofos griegos, el mayor, Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieira de Oliveira nacido el 1954 en Belém, se graduó de doctor y se convirtió en junto a Zico –el Pelé blanco- en los dos estándares del último Brasil que jugaba para la tribuna, que daba espectáculo, amantes de la gambeta, vamos, de eso que hoy es solo un mito: el jogo bonito.
Sócrates nunca fue como los demás, desde el principio demostró actitudes diferentes, cuando llegó al Corinthians procedente del Botafango no celebraba los goles (172 en 297 partidos), su aparente pasividad y decidía frente al contrario lo hizo merecedor de las más lacerantes críticas de los torcedores del segundo club más popular de Brasil.
El Doctor Socrates, sus compañeros, los directivos y los aficionados del club paulista armaron un bloque que empezó abrir el puño de la dictadura.
Si las decisiones en el país las tomaban militares obstinados con permanecer en el poder, en el club los decretos eran por consenso, desde el más alto jerarca hasta el más discreto de los utileros, todos tenían voz en un país donde el silencio era la constante, todos tenían un voto en un país donde votar era un lejano deseo.
“Acordamos que cada decisión sería tomada entre todos, mediante votaciones. Y mi voto, lógicamente, valía uno, como el voto de cualquier jugador” recuerda el presidente de aquel Corianthians, Waldemar Pires.
A aquel movimiento se le empezó a llamar como la Democracia Corinthiana, y empezó con acciones y le siguió la propaganda, los futbolistas se convirtieron en militantes, la playera del equipo tenía en la parte más visible el nombre del movimiento.
El régimen no le dio mayor importancia, la indolencia de los militares hizo que no solo los aficionados, ciudadanos que nada tenían que ver con el futbol salieron a las calles: libertad, justicia, democracia. Las palabras de siempre, las exigencias de siempre.
“Fue algo histórico, porque significó una apertura inédita en el fútbol. Antes de cada paso político del club, hacíamos una reunión de los jugadores con los dirigentes y los entrenadores, para debatir y luego votar. De ese modo se aprobó, por ejemplo, que las concentraciones no fueran obligatorias para los jugadores casados, y por la misma vía también se decidía qué incorporaciones hacer, o cuándo entrenar, o con qué formación jugar ante cada rival”, recuerda Pires.
La llama de la Democracia Corinthiana no solo cocinó un apoyo a la apertura democrática, logró el título de 82 y 83, pero conforme el movimiento empezó a tomar fuerza, los militares enviaron mensajes de advertencia.
“Era una época difícil, y más de una vez recibí llamados de los militares. Recuerdo especialmente uno del brigadier general Jerónimo Bastos, para sugerirme que evitáramos meternos en política, cuando empezamos a usar la camiseta que incentivaba a la gente a votar”, dice Pires.
Democracia Corinthiana se fue diluyendo, el bicampeonato no les basto para conseguir las elecciones libres, pero el daño provocado a los ya cada vez más endebles cimientos del gobierno de facto era irreversible, dos años después, el periodo de la dictadura militar brasileña llegó a su fin, sin que antes recibieran una última orden del opresor Joao Baptista de Oliveira Figueiredo: “Que el señor Tancredo Neves haga un buen gobierno. Y digan a la gente que me olvide”