ESTAMBUL. El primer ministro de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, ganó en primera vuelta las elecciones presidenciales con un 52.1% de los votos, según los resultados preliminares.

 

Su rival más cercano, Ekmeleddin Ihsanoglu, obtuvo el 38.8% y Selahattin Demirtas, el 9.2%, con el 98 por ciento del escrutinio, según el periódico Hürriyet.

 

El ministro de Justicia, Bekir Bozdag, ya dio por seguro el triunfo de Erdogan en un mensaje en su cuenta Twitter.

 

El propio Erdogan se mostró más cauto en Estambul, donde habló a sus seguidores y dijo que daría su valoración en Ankara en unas horas, cuando se sepan los “resultados finales” de las primeras presidenciales celebradas en el país por sufragio universal.

 

“Mientras viva continuaré sirviendo a mi país, por una mayor democracia y por el proceso de paz (con la guerrilla kurda)”, agregó el primer ministro tras agradecer a sus seguidores su apoyo.

 

El presidente de Turquía tiene poderes limitados y un papel más bien ceremonial, aunque Erdogan ha subrayado que quiere emprender una reforma legal para otorgar más poder al jefe del Estado.

 

Erdogan ha prometido una presidencia “activa”, utilizando todas las funciones del cargo, como la posibilidad de convocar y presidir las reuniones del gabinete de ministros.

 

Erdogan, que ha estado al frente del Gobierno turco los últimos doce años, no ha ocultado su deseo de seguir en el poder al menos hasta 2023, cuando se conmemora el centenario de la fundación de la República Turca, y con Turquía, prometió, dentro del club de las diez mayores economías del planeta.

 

Unos 53 millones de turcos estaban llamados a las urnas y la participación se situó en alrededor del 76.6%, por debajo del 89 por ciento registrado en las elecciones locales de marzo pasado.

 

Todos los analistas coincidieron en que una menor participación beneficiaría a Erdogan, ya que su electorado conservador es más fiel que el de los partidos laicos de la oposición.

 

El principal rival de Erdogan, Ekmeleddin Ihsanoglu, de 70 años, no despertó entusiasmo entre los votantes de los dos partidos opositores que lo propusieron como candidato conjunto, el socialdemócrata CHP y el nacionalista MHP, y sus resultados han estado por debajo de los apoyos que esas formaciones suelen obtener de forma combinada.

 

El tercer candidato, el joven político kurdo Selahattin Demirtas, ha logrado un muy buen resultado para su formación, el prokurdo BDP, que nunca ha tenido más del 7 por ciento de los votos, al conseguir la adhesión de votantes laicos turcos atraídos por su ideario de izquierdas.

 

Enemigo de las redes sociales

 

Si hubiera un cargo superior a presidente en la República de Turquía, Recep Tayyip Erdogan ya sería candidato a ocuparlo.

 

Carismático y obsesionado por el poder, Erdogan nació en el seno de una familia modesta y religiosa, oriunda de Rize, en la costa del Mar Negro, donde pasó parte de su infancia. Ganaba algo de dinero como vendedor callejero de limones y panes en Estambul antes de ingresar en un colegio superior islamista.

 

Mientras estudiaba la carrera de Administración y Economía, Erdogan jugaba futbol como semi profesional y empezó a participar en la política en grupos anticomunistas.

 

Con 22 años ya tuvo cargos locales en el Partido de Salvación Nacional, del carismático islamista turco Necmettin Erbakan, durante las siguientes décadas su mentor y jefe de partido en una formación reiteradamente prohibida y refundada con nuevos nombres.

 

Elegido alcalde de Estambul con 40 años, Erdogan se labró una fama de gestor serio y eficaz: en lugar de imponer leyes islamistas acordes con la ideología de su partido, se dedicó a modernizar canalización, recogida de basura, infraestructuras y transporte público en una megalópolis -hoy supera los 13 millones de habitantes- que sufría atascos crónicos.

 

En 1999, el político tuvo que cumplir 4 meses de cárcel por haber recitado un poema en el que comparaba los minaretes de las mezquitas con bayonetas y las cúpulas con yelmos, tras la frase ominosa: “La democracia es sólo un tren al que subimos hasta que llegamos a nuestro destino”.

 

Esa frase fue un ataque contra los fundamentos laicos de Turquía, según el tribunal.

 

Pero la sentencia, junto con la prohibición de ejercer cargos públicos, no puso fin a la carrera de Erdogan sino que la relanzó: dos años más tarde se separó de Erbakan, aglutinó el ala islamista reformadora, fundó el Partido Justicia y Desarrollo (AKP) y ganó las elecciones de 2002.

 

Durante el primer lustro en el poder, incluso numerosos intelectuales laicos alababan la apertura de este político al que consideraban meramente un “conservador” capaz de reducir el poder del hasta entonces omnipotente ejército.

 

Pero en los últimos años, sus política han incidido cada vez más en detalles de “moral pública”: permitió a las mujeres llevar el pañuelo islamista en cargos públicos, anunció cruzadas contra el consumo -legal- de alcohol, comparó el aborto -legal también- a una “masacre”, pidió que cada mujer tuviera un mínimo de tres hijos e incluso anunció que prohibiría que jóvenes de ambos sexos compartieran departamento.

 

“No coincido con la opinión de que la cultura islámica y la democracia sean inconciliables”, declaró en alguna ocasión.

 

Una reacción a su estilo cada vez más autoritario y conservador fueron las multitudinarias protestas del parque Gezi de Estambul en el verano de 2013, encabezadas por jóvenes que Erdogan tildó de “izquierdistas, ateos y terroristas”.

 

“El sultán”, como se le apoda, es enemigo de las redes sociales, seguramente, por el elevado nivel de ataques que recibe de la clase media. Su enfado lo llevó a suspender los servicios de Twitter y YouTube durante algunas semanas.

 

“No soy un dictador, no lo llevo en la sangre”, dijo Erdogan el año pasado.

 

Las denuncias sobre hechos de corrupción en su entorno y los ataques en las redes sociales lo volvieron sin embargo irritable, y empezó a tratar de “traidores” y “terroristas” a sus adversarios.

 

El partido de Erdogan ganó todas las elecciones desde 2002 y el primer ministro, en el cargo desde 2003, ganó la aureola del hombre que aportó estabilidad después de décadas de golpes de Estado y de frágiles alianzas y que supo cortar las alas a los militares.

 

Gran promotor de puentes, aeropuertos y proyectos faraónicos de infraestructura, Erdogan transformó a Turquía en un mercado robusto, controlando la inflación y triplicando los ingresos de la población.

 

Las vacaciones no votan

 

La principal competencia de las urnas en las elecciones presidenciales de Turquía fueron las playas en las que muchos ciudadanos se encuentran vacacionando, una desmovilización que favoreció al candidato y primer ministro turco, el islamista Recep Tayyip Erdogan.

 

Aunque es la primera vez que el presidente de Turquía se elige por voto popular y no en el Parlamento, la población turca no se mostró especialmente interesada por lo que muchas familias pasaron este domingo en algún destino vacacional.

 

La baja participación preocupó especialmente a la oposición, ya que la clase media liberal, precisamente la más opuesta a Erdogan, es también la más propensa a pasar agosto en la playa.

 

Esto pudo haber influido en la victoria  de Erdogan quien al obtener la mayoría absoluta sorteó a la segunda vuelta.

 

Tradicionalmente, la participación electoral ha sido elevada en Turquía: en las municipales del 30 de marzo pasado acudió del 89%, y el partido de Erdogan, Justicia y Desarrollo (AKP), obtuvo el 46% de los votos, unos 20 millones de papeletas. Ahora la participación fue del 76%.