La imagen de la plaza cívica más importante del país convertida en enorme estacionamiento para los “invitados” al Segundo Informe; la cadena nacional voluntaria de las empresas de televisión privada y estaciones de radio, presentada como “transmisión especial”; los aplausos a rabiar de la concurrencia en cada intervención o frase grandilocuente del Presidente, y el haber convertido un acto de “rendición de cuentas” en un acto de culto a la personalidad presidencial, con un largo discurso sin atisbo de autocrítica y con abundancias de cifras, autoelogios y anuncios e inversiones millonarias, provocaron ayer un deja  político que recordó, por momentos, la época del más rancio presidencialismo mexicano.

 

Salvo los confetis y el auto descapotado por las calles, el mensaje del presidente Enrique Peña Nieto ayer en Palacio Nacional tuvo toda la pompa y la fastuosidad propia de las añejas ceremonias del “Día del Presidente” del viejo régimen priista. Mil 500 invitados de las élites política, económica y social del país, el cuerpo diplomático acreditado , y un enorme despliegue técnico y logístico, convirtieron al Palacio Nacional en un inmenso set televisivo para el ceremonial.

 

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El Presidente apareció en una larga caminata seguido siempre por las cámaras de televisión. Decenas de cadetes del Colegio Militar escoltaban su paso y todavía no aparecía en el patio cuando su imagen, vista en las enormes pantallas colocadas en el recinto, hizo estallar una fuerte ovación. Peña Nieto repartía saludos, abrazos y entraba triunfal, perfectamente peinado y en impecable traje gris oscuro, con la banda presidencial al pecho.

 

Parecía más acto de campaña que ceremonia republicana; el Presidente subió al pódium principal en medio de largo aplauso. Treinta y un gobernadores, el jefe de Gobierno del DF y su gabinete se sumaban a la ovación. Lo primero que hizo Peña fue saludar a los presidentes del Congreso, los perredistas Miguel Barbosa y Silvano Aureoles, que serían después parte del discurso presidencial que elogiaba “la vocación democrática y normalidad política”.

 

Mientras los conductores de televisión asignados, uno de Televisa y otra de TV Azteca se deshacían en adjetivos y frases como el “hermosísimo Mural de Diego Rivera” o el “muy bonito patio central del Palacio”, el jefe del Ejecutivo saludó a su secretario de Gobernación, Miguel Osorio, y luego caminó unos pasos hasta la orilla del pódium para agradecer, con los brazos extendidos, la ovación estruendosa, antes de entonar el Himno Nacional.

 

Peña Nieto comenzó su larga alocución dirigiéndose “a la Nación”. Dijo que su gobierno llegó para “romper mitos y paradigmas”. Habló del Pacto por México como “acuerdo histórico” y comenzó el panegírico de las “grandes reformas” por las que pidió a diputados y senadores que las aprobaron: “siéntanse orgullosos del trabajo que han hecho al servicio de la nación”.

 

A partir de ahí abundaron las frases grandilocuentes: “Nueva etapa democrática”, “reformas transformadoras” “ciclo reformador”. Lo que sigue, dijo Peña, como en sus spots, es “poner las reformas en acción” y “construir un nuevo México”. Habló de un “cambio cualitativo” en la seguridad de los mexicanos y dijo que “la violencia en México se está reduciendo” junto con los homicidios dolosos (27.8 menos), mientras los secuestros bajaron 7% y la extorsión 20%.

 

Siguió con la política social y aquí vino uno de sus grandes anuncios: el cambio sexenal del programa Oportunidades, emblema de los gobiernos panistas de Fox y Calderón, que ahora será priista y se llamará Prospera.

 

Cuando tocó el turno de la economía, uno de los pasajes más esperados del mensaje Presidencial por el escaso crecimiento en dos años de su gobierno, la autocrítica brilló por su ausencia. Volvió a las “reformas transformadoras” que harán que el país crezca más rápidamente y mejore el empleo. Todas las cifras y datos de Peña en materia económica fueron positivas y todos los verbos que conjugó en tiempo futuro: en 2014, en 2018, “en los próximos años”.

 

Vinieron otros anuncios espectaculares: autopistas, nuevas líneas del Metro para el DF y el Estado de México, trenes, y la que, dijo, será la obra estelar de su gobierno: “el nuevo aeropuerto de la Ciudad de México, cuyo proyecto está listo y se presentará este miércoles y que, según le adelantamos en esta columna, será entregado para su construcción al ingeniero Carlos Slim y a su yerno Fernando Romero.

 

Llegaba así el final del discurso de hora y media. Otra vez las reformas que “empezarán a sentirse”, la “revolución energética” y un “México que se atrevió a cambiar”. Paradójicamente Peña Nieto cerraba su mensaje con un llamado a todos los mexicanos a tener “un cambio de actitud”, pero ayer en Palacio Nacional las actitudes, los usos y las costumbres políticas no cambiaron nada.