Siempre hizo sentido que Gustavo Cerati fuera aficionado al Racing de Avellaneda. Tanto como que John Lennon acudiera a la cancha de un desconocido equipo semiprofesional del sur de Liverpool o Joaquín Sabina siga amando al Atlético de Madrid. Tanto como que Vladimir Nabokov y Albert Camus eligieran, de entre todas las posiciones, la de portero. Tanto, como que varios intelectuales mexicanos (Juan Villoro, Rafael Pérez Gay, José Woldenberg) prefieran al errante y golpeado Necaxa. Tanto hace sentido esa fatalista afición de Cerati, como su desencanto por la misma.

 

El sufrido Racing. El estoico Racing. El atribulado Racing. El apesadumbrado Racing. Apodado La Academia por el virtuoso futbol que practicó en una lejana era en la que encandiló a otro gigante de la música argentina, Carlos Gardel, a cuyo nivel, no dudo en aseverar, se sienta Cerati hoy en la inmortalidad. El Racing convaleciente en épocas recientes al grado de que el genio de Soda Stereo dejó para la posteridad estas palabras: “Soy de Racing, pero poco futbol. Hubo mucha decepción durante mucho tiempo”.

 

La declaración se dio en 1993, cuando La Academia acumulaba 27 años sin ser campeón de Argentina, así como 26 de su momento dorado que fue cima e inmediata caída: en 1967, monarca de América con la conquista de la Copa Libertadores y del mundo con la Copa Intercontinental; es fácil imaginar al niño Cerati, por lo que se sabe más exitoso en la práctica de atletismo y natación que del futbol, hipnotizado por el gol del Chango Cárdenas que supuso la cumbre universal racinguista.

 

Todavía transcurrirían otros ocho años desde esas palabras para que los albicelestes volvieran a coronarse. En el camino hubo esoterismo y brujería. A quién culpar, si no al más allá, de la terrible suerte de un conjunto que había sido rey de todo en televisión a blanco y negro. Racing incluso padeció el descenso de categoría, atribuible por el imaginario colectivo a una fatídica portería empecinada en repeler los disparos propios y encajar los ajenos (cuentan que en cierto acto de exorcismo, hallaron huesos de gato enterrados bajo los postes).

 

Y hace sentido la afición de Cerati por ese peculiar club, como también lo hace enfatizar que no existe registro de que le haya dedicado muchos renglones o cantos al futbol, con la excepción de algún grito de “Dale Racing” y otro de “Vamos Racing” a mitad de la canción Primavera o en algún concierto. Precisamente esa melancólica melodía que después de clamar, “Nena tal vez fui, un sueño de otro, un rumbo incierto. La verdad es que nadie vive sin amor y ahora estoy aquí temblando, frágil en la multitud”, cierra lapidaria: “El avión se va. Recuerdos del futuro juntos. Goles suenan a la distancia… ¡Te espero!”.

 

Goles que sonaron a la distancia de su música e inspiración. Sin embargo, curiosidades de su carrera, ya encumbrado en la mayor de las glorias del rock en español, se prestó para componer las cortinillas de presentación de los resúmenes de futbol de un programa televisivo.

 

soda stereo

 

Su legado es tan inconmensurable y delicioso, que sería el más absurdo de los simplismos ajustarlo a una declaración que lo ligue al futbol. Finalmente, el único argentino célebre del que se tenga certeza de que detestó este deporte, es Jorge Luis Borges (“el futbol es popular, porque la estupidez es popular”), de manera que no tiene que sorprendernos esa cercanía.

 

Tampoco ha de sorprendernos que eligiera al Racing. Quiero creer a los racinguistas cuando aseguran que su equipo fue apoyado por dos personajes mencionados en el primer párrafo de este texto: John Lennon y Albert Camus. Ante el fatalismo de La Academia, pienso ahora, nada mejor que “Fluir sin un fin, más que fluir”, y que es que “Toneladas pesan nada, cuando sólo flotas, sin más que pensar”.

 

Sea anécdota menor lo de Racing o no, “gracias por venir”, Gustavo. Gracias totales, como dijiste en el Estadio Monumental de River Plate, en aquel concierto del adiós que marcó a una generación.

 

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