Los partidos son hijos de las circunstancias, como los directores técnicos lo son de los resultados.

 

Hubiera es, en el futbol como en la vida, palabra del absurdo y sólo útil para la tortura… Y tortura es hoy para el Barcelona ver desplomarse un castillo de naipes, centenas de minutos sin recibir gol, el mejor debut de un entrenador en su banquillo, planes morbosos de ver a Messi erigirse máximo goleador histórico de la liga en pleno Bernabéu, a sabiendas de que hubo un instante frente al Real Madrid que lo pudo cambiar todo, ese par de centímetros que habría modificado el trágico desenlace, esa acción que debió evitar la peor zarandeada que le ha impuesto su acérrimo rival en mucho tiempo.

 

Si hay momentos que se repiten al infinito en una dimensión alterna, este es uno de ellos. Minuto 22, Luis Suárez centrando abajo, Messi llegando a cerrar la pinza en plena línea de meta, Iker Casillas condenado ante el peor pelotón de fusilamiento, y por algún milagro (de los que caracterizaban a ese portero que desde hace meses acarrea tintes de santo excomulgado), el meta merengue repelió el balón: ni ventaja de dos goles, ni prematura liquidación del partido, ni sentencia de una Liga que los habría separado ya por siete puntos, ni, mucho menos, romper el récord de goles de Telmo Zarra en territorio hostil.

 

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Y entonces sí, los astros en su totalidad se cuadraron en la más armónica constelación blanca. Entonces sí, ya todo fue cuestión de tiempo. Entonces sí, el Barcelona lució oxidado y aferrado al pasado (Xavi o la melancolía de lo que fue; Iniesta, el amo del balón, cediéndolo tras chocar con Mascherano, el amo de la seguridad; Piqué obsequiando un penal; Alves ni en defensa ni en ataque; Busquets siempre medio segundo tarde; Messi inofensivo). Entonces sí, los experimentos de Luis Enrique (Alba en la banca y Mathieu de lateral; Rakitic como suplente; Luis Suárez de inicio tras cuatro meses inactivo), se tradujeron en confusión. Entonces sí, el innegable juicio: que el Madrid fue más porque el Madrid hoy es más. Que el hubiera no existe, ni por dos centímetros ni por dos milímetros.

 

Al final costaba creer que con tan catastrófico inicio, los merengues tuvieran tan plácido cierre. El rival adormecido, los oles en la tribuna, la goleada que no fue, acaso porque no hacía falta mayor evidencia. La pelota, por mucho tiempo patrimonio blaugrana, le perteneció al Madrid, como el desequilibrio, como la precisión, como el dominio de tiempos y métodos. Pep Guardiola solía indignarse cuando le hablaban de tiqui-taca, ese mover el balón sin sentido ni meta, sin plan ni agresión; pues, cuando lo tuvo, a eso se dedicó el Barça, tan opuesto al huracán madridista.

 

La temporada es joven y vienen el camino demasiados obstáculos, pero el Madrid sale de su primera semana difícil con sensaciones imperiales (tres goles en Anfield, tres en el clásico), en tanto que el Barcelona deja su segundo cotejo complicado con su segunda derrota (la anterior, cuando enfrentó en Champions League al París Saint Germain).

 

¿Dos centímetros? ¿El maldito hubiera? Ya puede Edipo dar vueltas para rehuir a su destino, que no lo logrará.

 

Los partidos son hijos de las circunstancias y los directores técnicos de los resultados. A la vista de los 90 minutos, el Madrid tenía que ganar a un Barça que ya no es lo que fue y no se atreve a convertirse en lo que será.

 

 

 

 

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